Por Juan José Cartas Antonio
Me trae a la memoria la voz de nuestros maestros y maestras de primaria, secundaria y bachillerato, cuando nos comunicaban que tendríamos la visita de las enfermeras del centro de salud.
El salón de clases se ponía de cabeza ante la amenaza de las terribles vacunas que nos aplicarian. Solo de pensarlo, los rostros sufrían alteraciones y mostraban gestos de miedo, temor y desencanto.
Había quien temblaba de pavor y otros hasta sollozaban perdiendo el control de sus actos. Muchos se asomaban en los ventanales tratando de ver la llegada de los enfermeros y enfermeras, imaginando tener frente a ellos el desencanto de la jeringa y la temible aguja, con la que pincharian su cuerpo.
Para entonces, el docente ya había ordenado al jefe o jefa de grupo, que cerrará la puerta y vigilara a sus compañeros y compañeras.
Algunos se acercaban al docente para decirle que no se podían vacunar; otros, que estaban enfermos y los menos, pero más duchos, pedían permiso para ir al baño, esgrimiendo tener diarrea.
La cuestión era evadir el pinchazo de la VACUNA a como diera lugar, por lo que algunos muy inteligentes en estos menesteres, esperaban con paciencia la llegada de los no deseados visitantes y aprovechar ese momento de alteración para escapar del suplicio.
Lo cierto es de que, aquellos niños y adolescentes del ayer, hoy tenemos una cita con los enfermeros y enfermeras que intentamos siempre evitar.
Con doña jeringa y la terrible y espantosa aguja, que nos provocaba angustia, temor y desesperación, pero que ahora, debido a la situación en que vivimos, tenemos que aceptarlas como salvación y vida.
Aquella realidad que vivimos contiene un CÚMULO de experiencias que ahora nada tienen que ver con el presente, y si aquello era una fiesta en toda la escuela, por las historias que tejimos entre todos los habitantes, con las mezclas de gestos y expresiones como: ¿verdad que no duele? Hágalo despacito, por favor, No quiero ver, apúrece que me está lastimando, ¡me está saliendo mucha sangre! y ¡mamasita linda ayúdame, por favor! Pues ahora escribimos una página con otras expresiones y en sentido contrario.
Déjeme platicarle. Hoy, muchos acudimos a la escuela de la mano de nuestras damas, hijos o nietos. Sin duda fueron pocos a los que se les obligó ir, de parte de la familia, porque a la gran mayoría nos urgía la vacunación para volver a recobrar parte de nuestra libertad.
Ahora ya no había temor por los y las que vestían de blanco, ni por las jeringas y agujas, ni por el dolor o la marca en los brazos… no había que pedir permiso para ir al baño, o decir que estabas enfermo del estómago o tratar de escaparse a como diera lugar, ¡no! Ahora hasta bien vestido, desayunado, con tu bote de agua y tus papeles, para encontrarte con una gran cantidad de veteranos y veteranas haciendo fila y después sentados, esperando el llamado a la VACUNA.
Que cosas tiene la vida Mariana, cuando más alto volamos Mariana… más nos duele la caída… es la letra de una canción de Alberto Cortés, que toca el corazón de los sentimentales y permite más allá de un mundo girando.
Si Yave nos lo permite, volveremos a encontrarnos, para vernos con los ojos del alma…