Por Juan José Cartas Antonio
Fotografía: Carlos Solís
El tan esperado seis de junio llegó con un cúmulo de esperanzas, para muchos aspirantes a gobernar los estados, las cámaras de diputados y los gobiernos municipales que estuvieron en juego, a lo largo y ancho del país y se fue dejando cascadas de interrogantes e incertidumbre.
De esta huella imperdonable y maquiavélica los únicos culpables somos todos los votantes, porque desconocemos el valor de un sufragio, para bien entender que el poder que nuestra credencial tiene va más allá de una despensa o de una fracción de dinero.
No sé trata de poner y quitar, simplemente, ni de ver que color atrae la mirada o que partido es el que tiene más hurras o vivas.
Nuestro voto tiene el valor infinito para cambiar una nación, un estado, una ciudad, una agencia municipal, un sindicato, un partido, una directiva escolar, un comisariado, una organización, una confederación, un representante de barrio o colonia y hasta el capitán de un equipo deportivo.
Desde luego, todo fincado en el bienestar común, porque vivimos y compartimos una sociedad que debe apostarle al bien vivir, a la buena convivencia, a la buena relación humana, a la construcción de una figura social que pueda ofrecer equilibrio económico, a crear espacios que generen desarrollo sostenido y sustentable, que forme individuos con perfiles de amplio criterio que conjuguen la riqueza con la pobreza, para dar al pueblo lo justo y necesario.
Pero… sorpresa, en el perchero del olvido quedaron colgados las verdades y mentiras del pasado político del siglo XX e inicios del XXI, porque han sido sustituidos con nuevas prácticas creadas por don Dinero, personaje que a unos nos quita el sueño y a otros les roba la dignidad.
Don dinero, que compra conciencias, destruye familias, engaña, maltrata, desgracia, altera los sentidos, hace pedazos los sentimientos, cambia el carácter, echa al olvido lo humano y hace perder el piso a cualquiera.
No hablo de los candidatos, ni me refiero a los partidos, abordo a los que fueron sorprendidos y sometidos por don dinero, este señor que les llegó a las manos en cientos para utilizarlos, manejandolos como marionetas a su antojo, porque no aguantaron un cañonazo de 200, 300, 500, 1000 o más, para votar en favor de alguien, que en mucho de los casos no saben quien es ni de donde son.
Don dinero aplastó la dignidad de muchos, porque, la verdad, hoy en día varios estamos necesitados no de una dádiva que se acabara en menos que canta el gallo, sino de un trabajo en el que se gane el sustento para nuestras familias.
Escuché que decían, «mira si ya agarraste un dinero para que votes», -¿Porqué?- Respondió el aludid. «ese dinero nomás te va alcanzar para nada, porque mañana volverás a comer tortilla con sal»… y agregó entre otras cosas… «nomás echale un ojo a los que tuvieron en sus casas, como invitado especial, a don dinero, y vas a ver que ellos también tienen extraviada su dignidad, y que su sueño y esperanza de vivir bien no tiene para cuando»… y terminó diciendo … «con mi gorra, mi camiseta y mi dignidad, tengo más, pues no soy, como nos señalan los paisanos tecos, un tehuano traidor».
Sean felices, que no cuesta ni duele.