Por Juan José Cartas Antonio
Entre siete y ocho lustros, les viene a la memoria a muchos ciudadanos, apareció en Tehuantepec, la primera máquina tortilladora, causando un gran revuelo entre la población consumidora de este básico de la alimentación humana.
Mucha gente señala que fue en el barrio Laborío, exactamente en el sur oriente del mercadito que se encontraba en lo que hoy es la explanada municipal, donde se instaló la primera tortillería, de la cual fue propietaria la señora Consuelo Gutiérrez Flores (de los tigres de San Juanico) y otros, en el barrio de San Jerónimo, misma que fue propiedad de la familia Reyna, quienes poco después las llevaron a otros puntos de la ciudad.
La aparición de las maquinas atrajo la atención de la sociedad, porque, acorde a lo que ofrecían, representaba un gran alivio en los hogares en donde la falta de dinero y el número de miembros causaba problemas de alimentación, por lo que la nueva opción de llevar mayor cantidad de tortillas con un menor costo resultaba una bendición.
Al atractivo llegado al pueblo se le agregó algo más que terminó por convencer a la mayoría de las familias, sumando, inclusive, a las que tenían los medios necesarios para consumir tortillas hechas a manos, producto al que daban vida las manos creadoras y hacendosas de las Tehuanas, quienes en su mayoría tienen como referencia el barrio de Santa Cruz tagolaba.
El agregado fue la tarjeta que el gobierno otorgó a las familias, de común acuerdo con los empresarios de las tortilladoras. La bendita tarjeta (bono de tortilla) propicio que en las mesas aparecieran los paquetes de tortillas por kilo, tortillas a las que bastaba agregarle una embarrada de sal en grano, enrrollarlas y llevarla a la boca para mitigar el hambre en las familias de mayor pobreza. Desde luego, habían quienes servían un plato con frijoles, un pedazo de queso y un pescado asado en las brasas.
Esta oportunidad de vida que se empezó a disfrutar, no solo en Tehuantepec, creó un ambiente de contrariedad en la vida de los hogares, en donde habían mujeres dedicadas en cuerpo y alma al negocio de tortear la masa, para producir las calientes tortillas de maíz zapalote, que en aquel pasado maravilloso se llevaban a la mesa de los nativos. Y es que sus vendimias vinieron a menos y las ganancias dejaron de llenar las pequeñas bolsas de trapo amarradas en su enagua y atadas a su cintura.
Porque hay que decirlo; las tortillas que producen «las tortilleras» no solo contienen un alto valor nutritivo sino también un infinito valor humano, porque reúnen diversas características que ubican a este desempeño en grado superlativo, por la adversidad que enfrentan todo el tiempo.
Estas mujeres enfrentan los peligros de la madrugada, soportan la temperatura del fogón y el comal, respiran el humo que despide la lumbre de los leños, aguantan los cambios de clima, someten a su cuello y equilibrio al peso de llevar sobre la cabeza el canasto, desafían el peligro de sus viajes, le apuestan al estudio de sus hijos e hijas, dejan huellas en su familia y sin duda, son parte importante en la cultura de Tehuantepec.
Todo viene a colación, porque el kilo de las tortillas de máquina aumentó de precio impactando en el dinero de las amas de casa. El costo subió, dan a conocer los empresarios de la tortilla, empujado por el alza en el maíz, el gas, el papel estrasa, el pago a los empleados y a otros insumos que hacen posible la producción diaria.
Acaso volverán aparecer los bonos subsidiados por el gobierno?
O se tomarán medidas, como la clausura de establecimientos por el alza?
No hay que olvidar que en Tehuantepec, la PROFECO no existe y las quejas se quedarán en simples quejas sin atender.
Sean felices, que no cuesta ni duele.