Por Juan José Cartas Antonio
Vino a mi mente el recuerdo de los fiestones, que han organizado en tiempos idos, desde que asumieron la responsabilidad las autoridades municipales, para venerar al Santo Patrón de Tehuantepec, Santo Domingo de Guzmán, evento que altera la «maravillosa» cotidianidad del corazón de la ciudad, y decidí darme el placer de recorrer sus arterias en paz y tranquilamente.
Pensé que sin pachanga y por la pandemia estaría vestido de luces y sin problema alguno. Así que me lancé, como uno de los cientos de visitantes, porque no hay que olvidar que estamos de vacaciones, pensando en encontrar a cada paso lo que casi todos soñamos: un pueblo que florece.
Me dispuse a tomar un urbano, en uno de los paradores de Santa Maria. Mientras esperaba pasó un vehículo pesado que transportaba muchos marranos, de esos güeros alimentados con porquería, mismo que dejó el ambiente saturado de su aromática pestilencia, que penetró las mascarillas que debemos portar a toda hora.
Estuve a punto de moverme a pie cuando vi que se acercaba uno de los urbanos del siglo pasado, que cubre la ruta de las colonias más apartadas del pueblo. Traía una cola de novia tejida en humo detrás de él, que apenas dejaba ver los autos de atrás. Afortunadamente de nueva cuenta la mascarilla volvió a librarnos de un poco de esta afinada y balanceada maquina.
Decidí caminar un poco para limpiar mis pulmones y también para seguir buscando albricias a mi paso. Caminando vi como las mototaxis se metían a carretera federal, atravezandose sin importar el desafío.
Maravillado disfrute de los abundantes bixhunis y sauces, que se han desarrollado en el lecho del guiguro guisii. Me cautivaron los lirios que adorna la majestuosidad de la laguna azul, en las que vi regocijarse unos cardúmenes de gordas mojarras.
Tomé el paso de la ciclovía. Todo iba bien, hasta llegar a un espacio en el que hay unos negocios que se expandieron estorbando el paso, sin importar el orden y respeto que merecen los ciudadanos, que calla porque están entendidos que hay vacíos en la autoridad.
Dirigí mi ruta hacia el parque Miguel Hidalgo, y me encontré con varios vendedores ambulantes, que ya existían, y la suma de otros, los que seguramente dieron cuenta que «pase lo que pase» en la comunidad no pasa nada, porque a pesar de que se les giró un papelote en donde dice que estamos en semáforo rojo, nadie hace nada.
Llegué por fin al parque y me dio mucha alegría, porque a pesar del código rojo ordenado por la autoridad, en el lugar habían vendedores y personas disfrutando del día festivo. Viendo esta nueva realidad me animé a darle, como antaño lo hacían las familias o los novios, una vuelta, descubriendo que todos estaban bien y a todo dar, aunque quizá muchos ni saben qué día es hoy.
Sorpresa, allí seguían las motocarros agrediendo los oídos con su motor y contaminando los pulmones con el humo que despiden. Y de sorpresa en sorpresa, allí mismo vimos como a los vendedores ambulantes ya les otorgaron el permiso de base, pues en una panadería ya colocaron caseta con base de cemento. «Bonito Tehuantepec, bonito no tiene igual…», dice la letra de un son, para describir nuestra hermosa realidad.
Un poco al sur, con la ansiedad de volver a casa y tratar de olvidar esta pesadilla, de lado oriente del mercado vehículos de transporte de alimentos lácteos dejando basura y suero en el piso.
Cruzaba el puente cuando escuché el estallido de cohetes que anunciaban la conclusión de algún acto religioso, fue el momento que se me ocurrió pedir a Santo Domingo, que así como apareció, traído por los dominicos, para convertirse en el patrón de Tehuantepec, nos haga el milagro de recuperar parte de lo perdido.
Sean felices, que no cuesta ni duele.