Por Juan José Cartas Antonio
A la vuelta de la esquina se encuentra la llegada del mes de septiembre y con él los festejos de la independencia, lo que provoca que el país se vista con los colores vistosos de nuestro lábaro patrio.
Muchos hogares, oficinas de gobierno, palacios municipales y vehículos, lucirán un sinnúmero de adornos relacionados con el sentimiento y pasión de ser mexicanos.
La celebración es trasladada a todos los países del mundo donde se encuentran las embajadas y consulados de la nación e inclusive, a los hogares de los mexicanos que viven lejos de la tierra amada y les invade la nostalgia.
Septiembre es tiempo en el que las instituciones educativas se ven envueltas, a través del personal directivo, docente y administrativo, en la preparación de la parada cívica a celebrarse un día después de la noche del grito de independencia.
El gasto de los padres de familia aumenta, porque hay que adquirir uniformes, zapatos y la vestimenta que deben portar sus hijos e hijas, cuando con ellos se preparan algunas escenografías o bailes acorde a los sucesos que se celebran.
Pero septiembre no sólo es de fiestas patrias, este mes también ha teñido de tristeza, dolor, angustia y luto, a muchos países, y nuestra nación no es ajena a las historias que se han escrito en los estados y ciudades, que han enfrentado a la adversidad registrada en los anuales del pasado.
Tehuantepec y los pueblos de la región han sido azotados por grandes desgracias que han roto con la paz y tranquilidad de sus habitantes y dejado una estela de sin sabores, que aún se muestran en algunas arterias inundadas de escombros, generados por el daño del terremoto del 7 de septiembre de 2017, registrado minutos antes de la media noche.
Casas de adobe y tejabana, escuelas, iglesias católicas y palacios municipales, sufrieron devastación por el movimiento telúrico de 8.2 de intensidad, que provocó en toda la gente pánico, angustia, dolor y llanto, al ver la pérdida de un ser querido o de su patrimonio.
A mi recuerdo viene la orden de suspensión de todo acto festivo en torno a nuestra independencia, el NO en los templos para el uso de sus campanas, la NO utilización de cohetes en fiestas particulares y el silencio de los equipos de sonido de los grupos musicales, medida impulsada para evitar que la expansión del sonido pudiese provocar daño mayor a los edificios que presentaban posibilidad de derrumbarse.
La normalidad se fue recobrando poco a poco con el paso del tiempo y sin que nos diéramos cuenta entramos a la recuperación de mucho de lo perdido y quizá en muchos el olvido solo se les altera cuando pasan por lugares en los que el rostro arquitectónico de su ciudad sigue pintado de tristeza.
Hoy en dia lo que nos ocupa es la pesadilla que nos llegó a principios del año pasado y lleva con nosotros prácticamente año y medio. Su estancia ha causado muchas bajas en nuestras familias, amigos, compañeros y conocidos, y no tiene para cuándo permitirnos el regreso a nuestra cotidianidad.
Pero bueno, las fiestas patrias serán reducidas hasta donde las autoridades lo crean pertinente, y como siempre, hay sitios como el hemiciclo a los Niños Héroes, ubicado en el barrio de Santa Cruz Tagolaba, que seguirá esperando que la autoridad lo utilice para que lo limpien de la basura y hierbas que le adornan y le den una manita de pintura, como cada año.
Alguien tiene que hacerlo como, las áreas de higiene, limpia, educación, parques y jardines o de festejos patrios. Ojalá asuman sus responsabilidades aunque no haya homenaje a los Niños Héroes.