Por Francisco Bustamante
Lo conocí por mi trabajo en aquel entonces, cuando yo tenía 18 años y apenas comenzaba en esto del periodismo.
-Me acuerdo cuando empezaste – me dice Aurio, cada vez que nos encontramos y platicamos durante un par de minutos.
Me ha visto crecer. Aurio Ramírez Valdivieso es comandante de la Policía Municipal de Tehuantepec.
Desde hace algunos meses el policía se convirtió en un gran amigo. Cenamos hamburguesas los fines de semana o cada vez que podemos.
De sus cuarenta y un años de edad, lleva catorce trabajando como policía. No se ve cansado, pero dice que es una chinga trabajar guardias de veinticuatro horas.
-¿Cómo andamos, carnal? – son algunas de las preguntas que Aurio me manda al WhatsApp cuando está de guardia.
-Bien, carnal, al pendiente de cualquier novedad – le respondo, como señal de continuar esperando reportes o denuncias ciudadanas para cubrir notas informativas.
Aurio sabe que mis clases virtuales terminan a las siete de la noche. Como a las siete y media le llamo por teléfono, y si tiene tiempo, nos vemos, tomamos un refresco con otros policías y compartimos galletas.
Cuando puedo, les invito los tacos, las tlayudas o las hamburguesas, saciamos el hambre, platicamos un rato, me despido y conduzco mi motocicleta con dirección a mi casa.
Aurio recuerda mis inicios, bromea y luego me dice:
-Me acuerdo cuando apenas empezabas, andabas con tu cámara de aquí para allá, y no pensé que estudiabas Ciencias de la Comunicación.
-Sí, me acuerdo perfectamente cuando tenía como mil seguidores. Pocas personas conocían mi página, y mi trabajo – le respondo mientras mi mente viaja al pasado y recuerdo mis experiencias.
Los tiempos de pandemia se han vuelto más difíciles. Cuando salgo a la calle me aseguro de portar siempre el cubrebocas tricapa. He comprado varias cajas de 50 piezas, de las que venden los ambulantes el centro.
Se contagió de Covid
Un compañero me reportó un accidente, sin embargo, yo no estaba enterado.
Le mandé un mensaje de whats a Aurio para preguntarle sobre el reporte y poco después de media hora me respondió:
-No trabajé hoy, carnal. Me siento mal. Pedí permiso.
-No hay broncas. Cuídate – le respondí, pero no indagué más sobre su estado de salud hasta la mañana siguiente.
-¿Cómo sigues, carnal? – le pregunté por el mismo medio de comunicación.
-Fui con la doctora Lety. Me dijo que tenía fiebre y me recetó medicamentos.
-Sopas – le respondí. Abandoné el WhatsApp y me entretuve viendo publicaciones de Facebook. Destacaban las transmisiones en vivo de venta de ropa, los memes compartidos de mis amigos en común y las publicaciones de las páginas a las que sigo.
Continué con mis actividades. Cuando esperaba mis alimentos en una taquería que se ubica cerca de mi domicilio, entré a Facebook desde mi celular, y de pronto cambiaron las expresiones de mi rostro. Vi una foto de Aurio en una publicación y detuve la marcha de mi dedo índice sobre la pantalla. Pedían ayuda, mi amigo estaba contagiado de Covid-19 y yo no sabía.
Perdí la comunicación con Aurio algunos días. Fue hasta el dieciocho de agosto cuando logré recibir un mensaje de él que decía:
-Qué ondas chingón, apenas te contesté.
Le llamé por teléfono y me pidió que hiciera una publicación en mi portal de noticias para solicitar ayuda económica. Fue entonces que me explicó que estaba contagiado de coronavirus.
En esa misma llamada me platicó los síntomas que sentía. Aurio no se hizo la prueba de Covid, pero los médicos le diagnosticaron todos los síntomas de la enfermedad.
Me preocupé. Aurio me mandó su número de cuenta de BanCoppel y se lo reenvié a varios de mis contactos, con la esperanza de que pudieran apoyarlo.
Un medio de comunicación local publicó también sobre la historia de Aurio. Una prima se ofreció en realizar una subasta de ropa para recaudar fondos. Una amiga de mi mamá contribuyó económicamente para los gastos del policía.
-¿Cómo andamos, carnal? – fue el mensaje que le escribí a Aurio el treinta y uno de agosto, cuando el octavo mes del año dos mil veintiuno estaba a punto de expirar.
-Ando en cama todavía. Un poco bien. Me paro por ratos – me explicó, y después me dijo que tenía que comprar oxigeno medicinal para su esposa que también se había contagiado.
Dejé de tener comunicación con Aurio algunos días. Comenzó el mes patrio. Aunque por esto de la pandemia Tehuantepec ya no se viste como antes. Los adornos que colocaron sobre la calle 5 de mayo frente al Palacio Municipal, pareciera que solo fungen para recordarnos que estamos en septiembre.
-Primeramente Dios ya pronto saldremos de esto – me respondió por WhatsApp el lunes veinte de septiembre, luego de que le pregunté cómo se encontraba de salud.
El miércoles veintidós me atreví a llamarle por teléfono. Platicamos un cuarto de hora. Me sentía cansado después de las clases de la universidad, sino, hubiéramos seguido platicando.
-Yo ya veía la muerte, carnal – afirmó, sin pensar lo que decía –. Le rogué a Dios que me diera una segunda oportunidad para vivir.
Con suspenso, asombrado y una preocupación en la mente le pregunté:
¿Cómo fue que cambiaste físicamente? Bajaste mucho de peso.
-Mira como me dejó esta enfermedad, carnal. Te voy a mandar una foto para que veas. Yo antes pesaba casi noventa kilos, ahora peso como sesenta.
Con asombro y un ritmo de voz desesperante, me explicó que ha gastado aproximadamente cuarenta mil pesos para su tratamiento.
Sin saber como decirlo, me dijo que no se vacunó contra el Covid cuando le tocaba, y argumentó que fue por la “desidia” al no pensar en las consecuencias.
-Estuve más de quince días paralizado. Mi esposa María Clara hacía el esfuerzo para levantarme de la cama. Pero gracias a Dios ya estamos saliendo de esta pesadilla – mencionó.
Se le notaba la voz débil, cuando me comentó que sus amigos no lo quieren visitar por temor a contagiarse.
Antes de finalizar nuestra conversación telefónica me dijo:
-Todo comenzó cuando mi sobrina lo subió al feis. Mucha gente nos apoyó. No se que habría sido sin su ayuda. Se los agradezco mucho.
Aurio ya superó al Covid. Tendrá que vivir con las secuelas de la enfermedad. Será un calvario por el clima caluroso de la región y la poca solvencia económica de su familia.
Tendrá que esperar a que su estado de salud mejore para volver a vestir de azul y patrullar por las calles de Tehuantepec, trabajo que pausó cuando presentó los primeros síntomas del malestar que le cambió la vida, el trece de agosto.