Por Juan José Cartas Antonio
Sin duda en todo el año, de vez en vez, sopla el aire de norte como parte de la madre naturaleza. Cuando eso sucede, porque son parte de los frentes fríos, nuestros cuerpos tiritan y nos llenamos de escalofríos.
Ninguno de esos aires que nos llegan del Golfo de México, tiene la magia del aire que nos llega cuando el otoño vence al verano y se aparece en el pueblo, para llenarnos de las luces místicas, que tiene la cercanía del fin de octubre y el arribo de noviembre.
Ese mismo aire provoca la migración de miles de palomas que cruzan parte del continente americano, en busca de zonas en las que puedan librar la llegada inminente del invierno. Con ella también surcan el espacio otros pájaros entre los que se encuentran las tijerillas, aves de un plumaje excepcional y maravilloso.
Octubre también se encuentra en la memoria de muchos enamorados, quienes inspirados en la máxima de que en el mes asoma su rostro la luna más bella y más hermosa, se dan a la tarea de conquistar a la dama de sus sueños y querencias.
Yo viví y escuche de boca de mis padres, abuelos, familiares y conocidos, y no dudo que la gran mayoría también oyeron cada año la expresión que reza, cuando nos tocaba nuestra humanidad «es el aire de Todos Santo». Lo que inmediatamente nos hacía pensar en el altar de muerto.
Aire de Todos Santos me dije, y decidí visitar en sus talleres, cocinas y sitios de producción, a las mujeres de manos creadoras, artesanas por herencia, para saber cuánto habían avanzado en sus proyectos de este año.
Así que fui primero a casa taller de Rosita Gallegos, Rosita Espadín. Imaginé que ya tenía listo el material con el que produciría las velas de cera que alumbran los altares, y las muy buscadas velas de cebo, que forman parte de los simbolismos de nuestra milenaria cultura. Sus vendimia la llevaba a efecto con base a pedidos pero también vendía sus productos en el mercado del centro.
Ver el trabajo de aquella mujer hacendosa, mismo que lo distribuía entre el fundir la cera en recipientes sobre un fogón ardiente, amarrar los pabilos a un gran aro de un diámetro aproximado de dos metros y luego vaciar con extrema paciencia, una y otra vez la cera ardiente, darle vueltas al aro hasta lograr su objetivo, es digno de respeto y reconocimiento.
Salí de la calle Ignacio Ramírez, y me dirigí a la calle veinte de noviembre, para tocar la puerta del hogar de los xhuanas Vicente e Irene. Nos recibieron con gusto y alegría.
Frente a nosotros descubrimos el artefacto ancestral, ocupado desde tiempo inmemorable. Era un gran horno construido por «albañiles» con basta experiencia en el ramo. Lodo, ladrillos y pedazos de tejas, eran parte del material utilizado ¡y claro! El conocimiento de esos hombres a los que no les damos el valor justo y necesario.
En el taller de panadería ya tenían almacenado, harina, royal, casilleros de huevos, azúcar, manteca y me parece haber visto mantequilla. La inversión económica ya estaba, ahora faltaba que los días avanzaran para poner manos a la obra en la fabricación del pan de queso, marquezote y los conocidos y sabrosos panes de muerto. Desde luego, también tenían una carretera de leña, en raja y entera, para quemar el horno.
Cuando nos despedimos de los que estaban en casa de Rosita Gallegos, Rosita Espadin, y de la casa de Irene Sarabia Brena, volvieron a soplar «los aires de Todos Santos» y descubrí los misterios que esos aires tienen, y es que a ninguna de las dos pude ver, porque ya descansan en el camposanto.
Ahora, quizá, su gente tendrá que comprar lo que ellas creaban y vendían, para instalar sus altares y recordarlas, como lo dictan nuestra cultura, nuestra costumbre y tradición.
Lo cierto es que ahora estamos percibiendo los aires de Todos Santos y quizá un tiempo después: mañana, pasado o cuando el creador del universo lo decida, dejaremos de formar nuestras ofrendas en casa, y quien sabe si al morir, los nuestros nos pongan, aunque sea: un aceite, un vaso de agua, un pan de muerto, unas velas y veladoras, para entonces los misterios de los aires de Todos Santos, nos alcancen en el más allá.