sábado, noviembre 23, 2024

Cartas en el asunto – El ahorcado

Por Juan José Cartas Antonio

El sol tenía prisa por esconderse entre las montañas, mientras en su casa, Rodolfo todavía no encontraba la forma de escapar, con la intención de reunirse con sus cuates del barrio.

Ya el reloj marcaba las 15:20 de la tarde y la cita tenía minutos de retraso, así que la inquietud en el muchacho iba en aumento, haciéndolo ir del corredor a la cocina y luego a una de las hamacas de la enrramada.

Su madre y sus abuelos platicaban de los lugares en donde los vecinos celebrarían el Todos Santos nuevo de sus difuntos, y hacían cuentas del dinero que tenían que dar a los deudos como cuota, para recibir a cambio unos tamales de mole negro y un plato de barro con atole de leche.

Su madre, Rosita, como todas las madres, que bien conocen a todos sus hijos, hacía rato que ya lo tenía en la mira, pues lo conocía de cabo a rabo y sabía bien del porqué de los movimientos de su hijo, por lo que optó en dejar que saliera a jugar con sus amigos, que sabía también ya lo esperaban, así que le dio el sermón de siempre.

-Chamaco que tantas vueltas das, qué buscas, se te perdió algo?

Los abuelos guardaron silencio.

-Mamá, mamá, busco mis canicas, pues ya encontré mi balero, mi trompo y mi tirador, pero mis canicas no están. No las has visto? Respondió Rodolfo, con un gesto de enojo.

A lo que su abuelo contestó:

-Yo las levanté hijo, es que la botella en las que estaban se volteó y se regaron, y por poco me resbalo con ellas.

-En donde están abuelo? Preguntó el chamaco.

-Allí están. Junto al fogón, tómalas.

Con las canicas en su bolsa, solo dijo a su mamá:

-Ahora regreso mami, ya hice mi tarea. Voy a jugar un rato.
Salió como alma que lleva el diablo, para unirse a su plebe, la que ya esperaba por él, bajo aquel árbol de congo.

Parecía todo un guerrero zapoteca con su tirador colgado al cuello, su balero en su mano derecha y en sus bolsas: su yoyo, sus canicas y su zumbador de ficha de lata. Llego preguntando a que iban a jugar, y todos contestaron que a las canicas.

Para entonces el reloj marcaba unos minutos despues de las 6 de la tarde.
El juego, la discusión y uno que otro pleito de chamacos, provocó que no se dieran cuenta que la luz del foco de la casa de al lado era lo que les alumbraba.

Fue el grito de una de las madres de sus compañeros lo que les hizo volver a la realidad, cuando ya las manecillas del reloj marcaban las 22:25 de la noche.

Todos recogieron sus canicas y salieron corriendo sin decir ahí nos vemos, dejando a Rodolfo contando sus ganancias del juego, sin recordar que por su rumbo un hombre se había colgado de un árbol. Cuando eso vino a su memoria sintió que le invadía el miedo y que su cuerpo sudaba por el temor, ya que recordó que era Día de Muertos.

Comenzó a caminar lentamente y a llorar, sintiendo que sus piernas temblaban, por lo que habló y gritó fuerte, esperando que alguien lo auxiliara. Hubieron vecinos que se asomaron para ver quién era, y al descubrir a Rodolfo, que ya sabían como se portaba, cerraron sus puertas y ventanas, para seguir en el silencio de Todos Santos.

A medio camino, antes de llegar al árbol del ahorcado, Rodolfo descubrió entre la oscuridad la figura de un hombre y escuchó las voces y risas de unos chamacos. El hombre le dijo, al estar cerca:
-Ya no llores Rodolfo, seca tus lagrimas y sonríe, que ahorita mis hijos van a seguir jugando contigo. Y continuó hablando:
-Mira como todavía es de día, así que podrás jugar con ellos hasta que caiga la noche.

Como por arte de magia el sol volvió a brillar y se hizo de día. Aquellos niños traían en sus manos muchas canicas que brillaban con el sol, al rodar en el suelo. De pronto, Rodolfo descubrió que ellos no corrían, volaban, y que de unas bolsas que portaban fueron sacando: trompos, baleros, zumbadores, muñecos y muchas canicas, que le ofrecieron, para que se quedara a jugar con ellos.

Rodolfo sintió mucho miedo y comenzó a gritar a todo lo que sus pulmones le permitían.
Pensó que lo atrapaban cuando se le acercaron, y creyendo que ya no tenía salvación, al sentir que lo cargaban, cerró los ojos y lanzó su último grito:
-Mamá!

Fue entonces que escuchó la voz de su madre, que le decía:
-Qué pasa hijo mío, por qué gritas? Aquí estoy contigo. Tus «amigos» se fueron y te dejaron. Les pregunté que dónde estabas y me dijeron que te quedaste contando tus canicas y mira, vengo y te encuentro bien dormido. Se me hace que ya te habían embrujado para robarte el espíritu y dejarte sin alma.

Muy asustado preguntó a su madre:
-Mamá, dónde están mis canicas, no me las robaron? Y el señor que estaba aquí con sus hijos que volaban?

Ella le respondió:
-Hijo, ya te dije que de noche no juegues a las canicas, porque te van a llevar los duendes. Anda vamos a la casa, tus abuelitos están preocupados por tu ausencia.

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