Por Juan José Cartas Antonio
Fotografías: Lázaro Aquino y Alberto Jiménez
La realidad no mantiene una paridad con lo que se nos vende en los discursos del gobierno federal y estatal, diputados, senadores y líderes arrastrados, quienes por el arte de la política y la nefasta actitud que asumen, para mantenerse en el ánimo de la gente, utilizan el maquiavélico doble discurso.
Todos ellos viven en el confort y la comodidad que les propiciamos a través del pago de nuestros impuestos, toda vez que sin preocupación alguna saben perfectamente que tienen asegurada la paga, todo el tiempo. Honorarios a los que le agregan, a la hora que se les antoja, el monto de prestaciones existentes y las que se les ocurra.
Desde luego, a esa clase saturada de todo tipo de «personalidades» no les agrede la realidad que vivimos los que resentimos los cambios bruscos de la economía, la que, generada por la ambición desmedida del comercio empresarial y el impulso de una pandemia, que no tiene para cuando acabar, ha causado estragos en la sociedad.
El alza de los productos en las grandes tiendas se ha realizado sin ningún control de las autoridades a quienes compete la regulación de los precios, por lo que cada vez que nuestras mujeres acuden a surtir la despensa del hogar se encuentran con nuevos retiquetados y en sus carritos con menos productos.
Esta verdad llega al hogar y nos enteramos, cuando las amas de casa exigen, piden, reclaman o solicitan, un aumento en la quincena, señalando que ya no les alcanza para adquirir lo necesario y nos hacen la invitación, a veces hasta molestas, para acompañarlas y manejar el carrito de compras. Y le agregan: «para que te des cuenta que ya no alcanza lo que me das»
Ante esta verdad en que vivimos la gran mayoría, ubicados en la dizque llamada «clase media», muchos atendemos el llamado que se nos hace a través del término «consume local» que tiene el propósito del valor a los pequeños negocios locales, en los que se mueve lo que producen nuestras paisanas y paisanos.
Estas vendimias, que son creadas y desarrollas desde el núcleo familiar y en la que participan activamente todos los miembros, tienen el alto significado de toda una historia de vida que en muchos de los casos es una herencia que se ha escrito de generación en generación.
La memoria histórica está repleta de acontecimientos, anécdotas, leyendas, cuentos y charadas, que la voz popular divulga en reuniones, mercados, núcleos de venta en los barrios y hasta en los festejos tradicionales.
Se habla de panaderas, tortilleras, dulceras, chipioneras, garnacheras, pescadoras, fruteras, verduleras, pasteleras y de tantos «títulos» caseros, que resultan un gran tesoro de incalculable valor en los pueblos.
Todos estos seres hacendosos, emprendedores y de mágicas manos, hoy en día también enfrentan esta convulsionada realidad que las y los obliga a comprar los insumos a costos que no les resultan benignos, para lograr una buena inversión que les permita obtener buenos dividendos.
De allí que ya no sólo son los precios altos de las tiendotas sino también el aumento que las paisanas le han aplicado al valor de sus productos. No hace mucho, cuando esto sucedía, al reclamo de las marchantes sobre el aumento las vendedoras respondían: «es que ya subió la gasolina», y otras más señalaban: «ya aumentó el precio de la azúcar».
Ahora, cuando el gobierno nos ha puesto el semáforo en verde intentando reactivar la economía, nos hemos encontrado que las paisanas no sólo le han aplicado el aumento de precio, sino también la mercadotecnia de una inteligencia natural en la vivacidad excesiva.
Las tortillas de mano son más chicas y delgadas. Los tamalitos de elote pasaron de 3 x 20 a 3 x 25 y ahora a 10 pesos uno, y le bajaron a la calidad y a la cantidad, pues ya casi te venden puro totomosle.
Las garnachas más caras, más chicas y menos carne. El tomate mas caro y la báscula menos del kilo. El pan que costaba 3 pesos ahora son a 5, con menor tamaño y sabor.
Y bueno, la realidad en la que estamos situados por el desinterés de los gobiernos y la devastación de la pandemia, nos mantiene metidos en un tobogán de gran descomposición social a grado de, cuando le dices a las paisanas del porqué de lo caro, te responden: «llévalo si quieres».
Desde luego, creo que más vale el consumo local aplicando la conciencia.