Por Juan José Cartas Antonio
Una voz implorante que provenía del patio de la casa, llamó mi atención, timbre de mujer que me pareció haber escuchado con anterioridad. Mi madre me ordenó ver de quién se trataba y descubrí a una mujer, parada casi en la puerta.
Vestía enagua, huipil, rebozo enredado a su cuerpo y huaraches tradicionales. Era una mujer flaca de brazos largos, que traía en una de sus manos una jícara de morro que cubría con un paliacate.
En el fondo del recipiente estaba una pequeña imagen católica, una medida, una ramita de albahaca y unas cuantas monedas. Su otra mano la mantenía colocada sobre todo, como intentado proteger el contenido.
Pregunté qué deseaba y me dijo: «socorro para santuario Esquipulas». No entendí, en aquel tiempo, de que se trataba, pero avisé a mi madre Flavia. «Es una señora que pide socorro para Santuario, y está en la puerta», le dije.
Mi madre Flavia atendió pronto a la señora. Escuché que hablaron en zapoteco y luego de un intercambio de palabras mi madre echó mano a la bolsita de trapo que siempre traía atada a la cinta de su enagua, sacó unas monedas y las depositó en la jícara.
La mujer se despidió agregando palabras de agradecimiento en nombre de Dios. Aún y cuando siempre me ordenaron no escuchar la plática de los adultos, en aquella ocasión rompí las reglas y me mantuve cerca, porque quedé ganoso de saber de qué se trataba, por aquello del «socorro para Esquipulas».
Me fue inútil saber, porque, me lleva la chingada, no hablaba ni entendía la lengua madre de nuestra gente. Solo sé que mencionaron: viaje, santo, tren, Guatemala, promesa, Juchitán, medidas, paisano, velas, veladoras y flores.
Ante aquella ignorancia en mi, esperé a que mamá Flavia se sentara en su «butaca» para preguntarle de qué se trataba aquello del «socorro para Santuario » y por qué entregó aquellas monedas que tanta falta hacían en casa.
Así fue como trató de explicarme el suceso: hay mucha gente pobre que sufre una enfermedad dentro de su familia, gente creyente de mucha fe que pide a lo divino auxilio y socorro, para tener un alivio, un bálsamo a sus dolores.
Y continuó: hay muchos santuarios a la que se acude a cumplir con promesas que se hacen y se deben de llevar a cabo al pie de la letra, por creencias que se finca en nuestra cultura. Uno de esos santuarios está en Guatemala, país a donde asiste mucho nuestra gente, y como queda retirado, las personas piden a los paisanos una ayuda, para poder viajar en el tren hasta Tapachula, Chiapas, y luego seguir el viaje, después de cruzar la frontera en autobús, y así poder arribar al santuario del Cristo Negro. Al que hay que visitar como promesa, tres años seguidos.
La promesa no es solo ir sino también caminar por las calles de los pueblos vecinos a cumplir con la ceremonia de pedir el socorro de los demás, pues el dinero que se junta se vuelve una bendición y quienes lo entregan obtienen el beneficio de las bondades del Cristo negro de Esquipulas y del cielo.
Y concluyó, diciendo mi madre: la fe de nuestros paisanos es muy grande, porque han encontrado sanación a sus males y estas bendiciones han llegado a oídos de todos y entonces, visitar al señor de Esquipulas no solo es una promesa sino una costumbre que casi todos practicamos.
Hoy cerré mis ojos y me remonté al pasado, para imaginar la grandeza de nuestra cultura. Al volver abrirlos deseé encontrarme con aquellas mujeres, que vi muchas recorrer las calles y tocar las puertas pidiendo «un socorro para santuario» y ya no estaban.
Solo queda un monumento histórico en Tehuantepec, en donde hace una ensarta de años se veneraba al señor de Esquipulas. Se ubica hacia el lado norte del mercado Jesús Carranza, en el centro de la ciudad.
No dejen de seguir la huella de Jaguar.