Por Juan Cartas
Fotografía: Pepe Gallegos
Basta con volver al pasado y daremos con el pensamiento del ayer y el presente, para abordar lo visto, lo vivido y lo que ahora se vive, enmarcado en el límite de la verdad y la mentira.
Y es que en el tránsito de mi niñez, cuando se vive el tiempo de lo que conocemos como el nivel de la primaria en las escuelas nunca descubrí a un compañero amanerado o compañera con actitudes extrañas.
Todo era normal entre los y las compañeras de aula. No existía ningún indicio de descomposición en el comportamiento del andar, la forma de hablar, el parloteo de sus extremidades y el tono de voz. No había nada extraño en los compañeros y compañeras de aula.
Después vino el tiempo de secundaria y volvimos a encontrarnos con muchachos y muchachas que no tenían ninguna particularidad que dejara ver el estatus de hombres y mujeres como género que les identificara. No existía motivo alguno para aplicar lo que ahora se le conoce como bullings.
Ya la edad nos daba la oportunidad de saber de la existencia de masculinos con actitudes raras a lo que la población llamaba con diferentes términos, acordes al origen de las personas. Fue cuando nos enteramos que en el pueblo se contaban una serie de sucesos en los que participaban los jotos, lilos, putos y chotos.
En aquel entonces estos varones, que formaban parte de una desviación sexual, tenían un lugar en nuestra sociedad, y que realizaban diversas actividades que los situaban en lugares preponderante, que sólo ellos podían y sabían desempeñar.
Los podíamos encontrar en las cantinas, prostíbulos, modistos, armados de tornos, cocineros y diseñadores. Gente trabajadora que se ganaban el pan de cada día luchando con toda su familia.
Llegó después el tiempo del bachillerato en el que surgieron algunos amigos, sobre todo hombres, con modales que nos hacían entender que su modo de vida sexual era otro, porque a leguas se les veía la tendencia de un «ser especial», toda vez que siempre buscaron la compañía y protección de las damas.
Nunca actuamos fuera de las leyes divinas y jamás les tratamos como bichos raros, por el contrario, siempre les brindamos nuestra amistad y respeto y, ellos, jamás se mostraron como personas que deseaban «salir del baúl» como la voz popular repite a cada momento.
Siempre los hemos visto como personas normales en su tipo, y no fuimos más allá del respeto, que sin decirlo, lo exigían, toda vez que todos sabíamos de sus debilidades y fortalezas.
Que en la calle sacaban a relucir su realidad y que en sus hogares guardaban las apariencias era cosa de ellos, porque a decir verdad existía una complicada disciplina en las familias que no les permitía mostrar sus preferencias de sexuales.
Esta verdad se sujetaba al carácter del padre, quien no daba su brazo a entender que existían los notables cambios, cambios que quizá tenían su origen en la familia, y porque no decirlo, de la herencia sanguínea de papá o mamá.
La verdad no entiendo lo de la palabra orgullo de género, cuando desde hace algún tiempo se rompieron los límites del respeto, llevando a la descomposición la identidad sexual de cada persona.
No hay lugar de asombro al ver a alguien que tiene una forma de vida fuera de lo común, o bueno, al comportamiento que tiene un hombre o una mujer, porque lo bueno o lo malo se trae en la sangre, aunque hoy en día hemos dado cuenta de la descomposición que se ejerce en jóvenes, hombres y mujeres, que han sufrido un cambio drástico en su género, cuando la influencia tendenciosa les provoca una descomposición social.
La vida me ha dado la oportunidad de conocer y tener amistad con muxhes y manfloras, bueno, como usted les llame, con quienes he platicado y escuchado una diversidad de historias y no he encontrado en ellos nada que no sea buscar la felicidad, pero nunca a costa de los demás.
Desde luego, todos tenemos un amigo o amiga que han enfrentado la ira de sus padres y el descrédito de quienes desconocemos la verdad de sus vidas.
Lo único que sigo sin entender es, que fue lo que causó que de pronto muchos y muchas son parte de ese «movimiento» que los hace pasar sobre el respeto de sus padres y complacencia de la autoridad.
¿Será que mientras en las calles se muestran nuestros hijos e hijas en la casa hay muchos y muchas a las y los que sus padres están reprimiendo?
Sigan la huella del Jaguar.