Por Juan Cartas
Hace algunos ayeres, tiempo del siglo XX, la bonanza en la pesca, actividad que iniciaron los zapotecas del barrio de Santa Cruz y la hoy villa de San Blas Atempa, atrajo la atención y presencia de hombres bragados venidos de Tabasco, Campeche, Veracruz y Tamaulipas, dedicados a «robarle» a la mar sus prodigios.
A ellos se sumaron los hombres rudos de los puertos del Pacífico Norte como Mazatlán, Topolobampo, Guaymas, ensenada Baja California y San Felipe, fortaleciendo el trabajo de la pesca de alta mar, la ribereña y las labores en las empacadoras, congeladoras y varadero.
Esto dio pauta para la formación de las cooperativas pesqueras, que tenían el propósito de lograr mayores beneficios, para quienes se hacían a la mar en busca de los grandes cardúmenes o las llamadas manchas de producto, que en aquel entonces llenaban al máximo las bodegas de aquellas pequeñas embarcaciones, que prácticamente desaparecían al hacerse a la mar al momento de cruzar la llamada «bocana».
En las diminutas embarcaciones, a las que muchos conocimos como «cáscaras de nuez», intrépidos hombres ocupaban los cargos de capitán o patrón de barco, motorista, el wuinchero o jefe de cubierta, el marinero y el cocinero, a los que se agregaba un «polizonte» conocido como el pavo.
Toda esta gran revuelta en las labores de los mares permitieron o provocaron la formación instalación de las llamadas cooperativas pesquera, que fue cuando nació la Suriana y la Progresista Istmeña. Figuras del comercio pesquero que dieron la oportunidad de crear las áreas administrativas, acrecentando mayores oportunidades de trabajo.
La creciente bonanza y explotación de los productos del mar y la aparición de cooperativas locales y foráneas, propiciaron que la economía del puerto de Salina Cruz fuera un gran detonante en el desarrollo y fortalecimiento de la ciudad, que alcanzó a impulsar a los pueblos circunvecinos.
Y es que la industria pesquera no sólo benefició a los cooperativistas, sino que la gran fortaleza, como ya señalamos líneas arriba, dio vida a las congeladoras, empacadoras, varaderos, tortilleras, verduleras, carniceros, tiendas de abarrotes y a los que se dedicaban a la «fayuca». Sin dejar de mencionar los burdeles y cantinas ubicadas en el barrio Santa Rosa, barrio Espinal, la San Pablo y en Tehuantepec.
La grandeza de la cooperativa Progresista Istmeña llevó a sus socios a contar con una oficina de primer nivel a la que le agregaron un auditorio, que en aquellos tiempos era cosa de llamar la atención, e ir más allá, pues consideraron que la patrona de los pescadores, la Virgen del Carmen, merecía en su honor un festejo de características muy especiales.
Fue así como nació en Salina Cruz la fiesta en honor a la virgen del Carmen, festejo que se convirtió desde su establecimiento en un pachangón de pronostico reservado, ya que, con la economía existente en su tesorería, cada año impresionaron a todas las hermandades de los barrios porteños, pues en el carnet musical siempre presentaron a grupos musicales de talla nacional e Internacional.
Cada año los directivos echaron la casa por la ventana, dándole a sus invitados de aquí, allá, acullá y más allá, lo mejor en música, mariscos y caudales de liquido amargo embotellado. La celebración en honor a la Virgen del Carmen se convirtió en un referente festivo en la región y más allá de sus fronteras, pues el acontecimiento del 16 de julio llegó hasta donde las ondas hertzianas de la XEKZ alcanzaban durante las transmisiones, en voz de Juan Sabino Olive, Amado Rodriguez Ortiz, Pedro Serna Díaz y Rolando Cruz Cabrera.
En ese entonces los apodos de: «Tongareba», «Chiltepec», «Negro Guzmán», «La Lora», «El colorado», «El Cucaracho», «El Pluma Blanca», «El Tequila», «Cataldo» y muchos más, de los intrépidos hombres conocidos como pescadores, se repetían una y otra hasta el cansancio, porque fueron los referentes que aparecían en todas las fiestas del puerto. Desde luego hay muchos que se escapan de la memoria, pero vendrán a su memoria ahora mismo.
Lamentablemente aquella epopeya de las cooperativas, que después de la Suriana y de la Istmeña aparecieron en el puerto, y que muchas de ellas se integraron a la federación de cooperativas formada por don Alfredo Cortés Rito, se fueron desvaneciendo por mala administración, falta de apoyo del gobierno, malas inversiones, falta de mantenimiento a los barcos, desaparición de los cardúmenes y la aparición de los armadores, provocó también el fin de las congeladoras en Salina Cruz.
Esto motivó la paulatina desaparición de la gran fiesta en honor de la Virgen del Carmen, festividad que ahora la familia Cataldo, lucha por mantener viva la flama que inspiró aquella enorme flota de rudos e intrépidos hombres de la mar, levantado el estandarte de la patrona de los pescadores, llevando a efecto un festejo en su honor en la colonia Lomas de Galindo, donde se ubica la iglesia de San Martín de Porres, cada 16 de julio.
¡Vivan los pescadores que le dieron vida a Salina Cruz!
¡Vivan las cooperativas pesqueras!
¡Viva la virgen del Carmen!
¡Viva la ciudad y puerto de Salina Cruz, de Porfirio Díaz!
Sigan la huella del Jaguar.