Por Juan José Cartas Antonio
Sobre carretera Panamericana, y después por una angosta y maltratada cinta asfáltica que conecta al pueblo de Reforma, y muchas otras comunidades costeras de la zona mareña, se arriba a San Francisco del Mar, en tránsito de dos horas de recorrido.
El vientonal que días antes había azotado en la población se encontraba en calma y permitía la celebración festiva en honor a la Virgen de la Candelaria, patrona del pueblo. De boca de los lugareños fui enterado que esto sucede año con año y que es la Virgen quien con su divinidad logra aplacar las grandes rachas de aire del norte que agobian esta zona, territorio del Istmo de Tehuantepec.
Bajo una monumental carpa se encontraban reunidos cientos de pobladores que compartían la alegría inagotable que les identifica, para lo cual las familias arribaban con sus viandas de botanas diversas y sobre sus hombros, los caballeros, portaban cartones de cerveza, que se adquieren, como es la costumbre, en la parte exterior de la pista de baile.
Como siempre, cada vez que tengo la oportunidad de arribar a alguno de nuestras maravillosos pueblos, pregunté por la iglesia del lugar y me hicieron saber que estaba a unas quince cuadras del lugar, así que no me quedó de otra, abordé una calandria, medio de transporte lugareño, que me llevó hasta la entrada del templo católico, por siete pesos.
Afuera me encontré con las vendedoras y vendedores tradicionales que proceden de distintos lugares del estado, inclusive, de estados vecinos, que año con año tienen una cita con San Francisco del Mar. Con una señora adquirí una veladora para ofrecerla a la virgen y fui en busca de su altar.
Sorpresa, la homilía se estaba celebrando en un lugar acondicionado por los fieles, en el exterior, ya que el terremoto del año 2017 dañó parte de la iglesia. Ya metido en la romería de los feligreses escuché que algunos comentaban un hecho divino, en torno a que el sismo no dañó la vitrina de cristal y que el movimiento ubicó a la Virgen con la mirada hacia el mar.
Vi al fondo a la santa virgen rodeada de mucha gente con sus enfermos, quienes con fe inquebrantable, untaban en cuerpo y heridas: velas, veladoras, albahaca y ramos de flores, con las que antes ya habían tocado el ropaje de la divinidad. Toda una costumbre y tradición basada en la fe y el amor de los humanos, que tiene resultados en verdaderos milagros.
Después de colocar nuestra ofrenda en un pequeño espacio que encontré, me separé del lugar y me adentré en en la zona donde los nativos y visitantes de otros pueblos cumplían con la otra parte de la pasión, que es la de adquirir alguna maravilla de lo ancestral de nuestra costumbre.
Como siempre, había de todo lo esperado, solo faltaba en el bolsillo o cartera la suficiente plata para adquirir algunos atractivos que ofrecían las mujeres y hombres que recorrían todos y cada uno de los «pueblos mágicos» de nuestros sueños: panes duros, almohaditas, dulce de maguey, granaditas, nueces, ollas, chirmoleras y muchas cosas más que forman parte de esta maravillosa convivencia.
Me alcanzó para comprar unas granaditas y una cazuela para cocer los frijoles, para después abordar otra calandria que me regresara al lugar de la fiesta. El conductor me preguntó cuál de las dos? ¿Acaso son dos festejos a la Virgen de la Candelaria? Respondí preguntando. Su respuesta fue sí.
Fue en ese momento que volví a comprobar de la descomposición de nuestros pueblos, gracias a la desdicha que siembran politiquillos, envenenando y partiendo la paz y tranquilidad de nuestras comunidades. Mi sorpresa fue en aumento cuando el conductor me dijo que la festividad está dividida en fiesta de ricos y fiesta de pobres.
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