Por Juan José Cartas Antonio
Los 100 chamacos y chamacas llegaron de la manos de sus padres, aunque algunos los hicieron de la mano del abuelo o del pariente adulto de casa. Lo importante es que la noticia despertó el interés de la gente del pueblo.
Lo cierto es que la convocatoria había cumplido con la primera parte del ambicioso proyecto de contar con una escuela de música en la comunidad. Ahora se avecinaba la gran empresa de poder organizar aquella inesperada cantidad de niñas y niños en la matrícula.
Quizá en la mente del maestro Manuel nunca se atravesó, aunque ya la experiencia era parte de su vida, el pensar tener el desafío de tantos aspirantes en una sola camada. Ahora era cosa de crear horarios, formar grupos por edades, descubrir en cada alumno y alumna cualidades y verdaderos deseos de aprender a vivir en el maravilloso mundo de la música.
Desde luego que no sólo eran los 100, sino también conocer a cada padre o madre de familia, entender y comprender qué los había llevado a tomar la decisión de querer que sus vástagos, aparte de sus estudios de primaria o secundaria, sumaran a su intelecto la magia que tiene el pentagrama y el solfeo.
Sin duda, el maestro Manuel echó mano de sus capacidades musicales, su deseo por la formación de nuevos ejecutantes del idioma de la música, su pedagogía y su duro carácter para hacer de la disciplina su mejor aliado para cristalizar el proyecto.
Así que en un breve paso del tiempo el número 100 se redujo a 50, porque seguramente existieron, para los padres y aspirantes, inconvenientes que obstaculizaron los deseos de mantenerse en la primera generación. El tiempo de los papás para llevar y traer a sus hijos, posiblemente las calificaciones en sus boletas de la escuela y hasta el desánimo en alumnos y alumnos por no poder asimilar las notas del pentagrama.
La baja en la matrícula no fue motivo en el maestro Manuel para abandonar la escuela de música Ndre Saa, por el contrario, su empeño y paciencia aumentaron y lo impulsaron a seguir con el paso firme de su enseñanza.
Las lecciones se fueron aprovechando por los chicos y chicas, que se mantuvieron tomados e impulsados por las manos de sus tutores, y, desde luego, por la disciplina del maestro Manuel, a quien muchos padres lo descalificaban por su carácter al momento de poner orden en sus alumnos, cosa que la gran mayoría aprobaban, porque estaban siendo testigos de la buena formación de sus hijos e hijas.
Cuando ya estuvieron en la etapa de aplicar lo aprendido en el solfeo, que era la de ejecutar un instrumento, la gran mayoría pensó que era escoger el que les gustaba, o sea, el saxofón, la trompeta, el clarinete o los golpes; pero, oh sorpresa, el maestro Manuel empezó a aplicar la otra parte de sus conocimientos.
Hizo un estudio en alumnos y alumnas de sus labios, para destinarles el instrumento a ejecutar. Esa fue una parte de su gran enseñanza que formó a los que hoy en día son grandes ejecutantes de nuestra maravillosa música tradicional, estudio que dio impulso a que aquellos pequeños y pequeñas con el gran conocimiento del solfeo, sean capaces de tomar en sus manos diversos instrumentos y ejecutarlos como grandes artistas. En la primera generación egresados 45.
Es de resaltar el hecho de que la formación de la Banda Infantil y Juvenil Guisii, bajo la batuta del maestro Manuel, despertó el interés en otros gobiernos municipales para la formación de bandas de música tradicional en sus comunidades. Dejando claro que fue la ciudad y puerto de Salina Cruz, en donde apareció la primera banda del Festival del Mar.
Eterno descanso y agradecimiento al maestro Manuel Hernández Jiménez, por el gran semillero musical que ha heredado a Tehuantepec.