domingo, noviembre 24, 2024

Cartas en el asunto – Los maravillosos demonios de infancia

Por Juan José Cartas Antonio

La noticia corrió como pólvora por todos los pasillos, aulas de clases y jardines, provocando que cundiera el pánico. La mayoría de los rostros mostraban una preocupación que se dibujaba en muecas distorsionadas a las que se agregaban perlas saladas que resbalaban por las mejillas. 

Era la hora del recreo, pero ahora se convirtió en media hora de temor y desesperanza, provocada por lo que se venía, de acuerdo al chismorreo de todos los alumnos. La orden de cerrar el portón ya había salido de la dirección, así que el conserje cerró y quedó como centinela cuidando que nadie, por ningún motivo, intentara «escaparse» de la escuela.

La campana dio la orden de volver al salón y lejos de escucharse, como siempre, entre risas, gritos, chiflidos y vivir los empujones, puntapiés y carreras en busca de las puertas de los salones, todo quedó en silencio y quieto, tanto, que hasta el andar de los chamacos se volvió lento y temeroso.

Solo las voces de los profesores inundaron la escuela dando la orden de apresurarnos, pues adentro ya nos esperaban.

-Apúrense, pasen y acomódense en sus pupitres −Repetían una y otra vez, ya que habíamos quienes nos resistíamos a pasar, para someternos a la prueba, que era la culpable de nuestro comportamiento.

A Pedro, Felipe y María, los tuvieron que tomar de las manos, y casi jalarlos, para que pasaran. Algo similar sucedía en los otros salones, tal y como pasó en el sexto «C» en el que uno de los chamacos, de los más rebeldes, se tiró al piso, de tal forma que tuvieron que dejarlo afuera, pues llegó, dentro de su enojo, a amenazar de que su papá les rompería la ma…
 
Muchos, cuando ya vieron de que la prueba era de verdad y que no habría perdón para nadie, trataron de escabullirse pidiendo permiso para ir al baño, a lo que la profa les respondió que se hicieran en los calzones.

-A ver niños, los voy a llamar por número de lista y se acercan, para que las muchachas les apliquen la vacuna, recuerden que es en contra del sarampión. Fue, recuerdo bien, lo que nos dijo la profa.

Dios Santo, eran dos mujeres vestidas de blanco, de pies a cabeza, quiénes nos sonreían y decían palabras de aliento y sus manos blanditas tocaban nuestra cabezas y hombros. Traían consigo una «maleta» con pedazos de hielo, llena de vacunas y espantosas jeringas. 

La orden que nos dieron fue de que remangaramos nuestras camisas.
En la lista yo era el número cuatro, así que pude, sin verlos, valorar el dolor del piquete con los gritos, quejidos y llanto de los tres primeros. 

Antes de escuchar mi nombre, mi mente ya había recorrido de ida y vuelta todas las posibilidades de evadir la impresionante aguja que blandían aquellos seres «endemoniados» que provocan tanto espanto y dolor, y que resultaba una maldición que se aparecieran en la escuela.

Llegó el momento fatal y pensé que las miradas y sonrisas de mi profa y las mujeres de blanco eran de burla, que disfrutaban el ver nuestras caras y nuestro comportamiento, que gozaban al ver como fruncimos nuestros rostros en el momento en que enterraban «con todas sus fuerzas» aquel maldito pedazo de fierro y empujaban con lentitud el líquido. 

Giré mi cabeza para ver a mis compañeros y los descubrí temblado. Unos con ganas de salir corriendo y otros con los ojos llorosos, esperando escuchar sus nombres. De los salones cercanos escuché quejidos y gritos de resistencia, así como algunas risitas de burla de quienes ya habían pasado la experiencia del piquete.

Mientras una de las  mujeres de blanco tomó mi pobre brazo flaco, enrolló la manga de mi camisa y dijo que era como un piquete de hormiga, la otra tomó la jeringa, la cargó con la vacuna y me la enterró, apenas alcancé a soltar un quejido y se acabó la espera. Fue como haber provado medio cinturonazo de mi abuelo o el roce de un chanclazo de mi madre.

Lo cierto es que duele el piquete, pero era y es más lo psicológico, que encuentra tierra fértil entre los que no somos tan «machos» como para poner tan fácilmente el brazo y la nalga. 
Pero… Saben qué? Gracias a esas vacunas nos libramos de vivir sometidos a las desgracias de las enfermedades, las que hasta hoy en día resultan, algunas, mortales.

Felicidades mujeres vestidas de blanco de los pies a la cabeza: las ENFERMERAS.

No dejen de seguir la huella del Jaguar. 

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