Por Juan José Cartas Antonio
Nuestra insensibilidad nos ha empujado a procurar la destrucción de todo aquello que no está dentro de nuestro gusto y necesidad, cayendo en una severa descomposición humana.
Desde luego que esta realidad tiene su origen en la educación que debe lactarnos desde nuestro hogar, continuar en la escuela y fortalecer con la cultura que se predica en nuestra sociedad. Desde luego, nuestro perfil se define también con el deseo de querer sobresalir, en cuanto el razonamiento se vuelve nuestro aliado.
Cito algunos ejemplos que son pruebas fidedignas de la realidad en la que hoy vivimos en el Tehuantepec, que todos «queremos» y al que le apostamos casi a diario, cuando pregonamos, debatimos, alzamos la voz, discutimos, defendemos y hasta nos golpeamos el pecho, para decir «yo soy de Tehuantepec» «soy tehuano» «amo y extraño a mi tierra» y muchos términos que le anteponemos al «amor» que sentimos por la tierra bendita que nos vio nacer.
El andador al costado de la carretera Panamericana, que lleva a la Prepa Cuatro. En partes sumido y destrozado: sus árboles de hornato secos, desnutridos y desaparecidos.
Los semáforos del crucero son elefantes blancos que ninguna autoridad se preocupa por reactivar.
Un horno de cal que espera desde hace varias décadas sea reactivado, para la creación de empleos y fortalecimiento de la economía. Una terminal de autobuses inconclusa, convertida en un asentamiento humano.
Unos puentes sobre la carretera Transístmica que hace más de tres lustros solo han servido para nada. Dos redes de agua negra que se han convertido en focos de infección, en productores de moscos y en zona deplorable de la ciudad.
Un triste y demacrado río al que el gobierno federal le quitó la vida, para alimentar una factoría que con sus residuos también atenta contra la vida humana. Unas arterias de la ciudad carcomidas a las que las autoridades solamente les aplican, como buenos sastres, remiendos por todos lados.
Una joya arquitectónica agredida por el olvido y rodeada de vendedoras y vendedores foráneos, que le dan un aspecto deprimente al majestuoso chalet de doña Juana C. Romero. Un mercado congestionado que pide a gritos auxilio y socorro, para ser reubicado con todos los beneficios que exige la actualidad.
Una ciclovia de interés social con algunos juegos infantiles y aparatos de ejercicios, que ni los mismos vecinos utilizan, pero eso sí, ha causado descontento en algunos. Un andador sobre el muro de contención planeado para diversas actividades al aire libre, que por desgracia tiene una vista extraordinariamente negativa, toda vez que tiene ante sí el lecho de un río seco y una laguna pestilente.
Unas vías del ferrocarril de don Porfirio Díaz, que necesitan ser visualizadas para convertirlas en una vía de comunicación entre el centro de la ciudad, los barrios de Santa Maria y Santa Cruz y los fraccionamientos que existen en el municipio. Transporte que puede tener características de turismo y pasaje local.
Un memorial edificado en el año 2017, semanas después del terremoto. Sus creadores lo fincaron, seguramente, con el interés de recordar eternamente la desgracia vivida por el pueblo. El diseño y establecimiento atraía la mirada de quienes cruzaban por el lugar caminando o en medios de transporte.
Lamentablemente la mano del hombre, que tiene un alto significado de destrucción, poco a poco le fueron causando daño hasta provocarle la pérdida de mucho de su belleza. Quizá haya sido la falta de valores, de educación, de respeto, vandalismo, por no tener padre ni madre o porque se encuentra al paso y les invade el desprecio, sean las causas que los empuja a perder la cordura.
Pobre mi Tehuantepec, dirán muchos.