Por Juan José Cartas Antonio
Mientras divagaba un poco, con eso de que la gasolina anda en el sube y baja, el señor de la motocarro apago el vehículo, así que, cuando le pedí continuar con la ruta, volvió a darle al pedal y arrastrar su calzado una y otra vez, hasta que el motor volviera a rugir con toda su fuerza.
Al iniciar el recorrido de la calle Guerrero, admiré un poco el retoque que le dieron al parquesito Bigarí, mismo que inspira para acomodarse en una de sus bancas y disfrutar de un otoñal atardecer viendo cómo florecen las plantas en el lugar.
Hace algunos ayeres, del siglo que se fue, el espacio sirvió por mucho tiempo como terminal de los autobuses que cubrían la ruta Istmo-capital, a los que la gran mayoría les llamábamos guajoloteros, y quien fungía como despachador era el amigo conocido como «Manzanita», personaje de muy buen carácter y trato, y de quien se podía escuchar su voz hasta la catedral.
Hacia el lado norte del parquesito el edificio recién reconstruido, de los daños ocasionados por el sismo de 2017, que hoy luce un estilo colonial acorde a la ciudad. En este lugar el jardín de niños Margarita Maza de Juárez, brilló con gran intensidad, ya en todas las familias de la ciudad existió el deseo, que sus pequeños fueran parte de sus aulas.
Metros adelante nos encontramos con un terreno baldío, gracias al inclemente temblor que causó daños irreparables en los hogares que en el sitio se erguían y a la decisión de los propietarios de demoledor lo que representaba un peligro para todos.
No fue mucho lo que avanzamos para tener ante nosotros algunos edificios en los que el paso del tiempo escribió infinitas historias de incalculable valor. Sin duda alguna forman parte de lo tangible e intangible de la maravillosa historia de Tehuantepec.
Son tres sitios contruidos en siglos diferentes y con propósitos distintos, que en su momento se convirtieron en referente del gran asentamiento humano donde el Istmo tiene enterrado el ombligo de la nación zapoteca, territorio conquistado por Cosijoeza y heredado a su hijo Cosijopí, quien se convirtió en el primero y único rey de Tehuantepec.
El primero de los tres es el centro de salud edificado en el siglo XX, clínica a la que pusieron el nombre del doctor Roberto Salazar, como reconocimiento al desempeño de su labor como médico comprometido con la salud de los paisanos.
El segundo, es la construcción situada frente al centro de salud. Una enorme casa de tejabana, en parte de ladrillos en parte de adobe, en la que cimentó su hogar el doctor Cajigas Lagner, prominente aristócrata en la sociedad de ese tiempo pasado. Escribió con una de sus hijas diversos textos que detallan el pasado glorioso de la ciudad.
El tercero, es el más impresionante, místico, mágico, descomunal, increíble, cautivador y monumental edificio, que certifica tangiblemente la veracidad de todo lo que se escribe, platica, pondera y arguye la tradición oral, en torno a lo que significa la grandeza de Tehuantepec.
Allí está de pie desafiando el paso del tiempo, las inundaciones y los sismos. Enfrentando la adversidad de los movimientos armados, su utilización como cuartel militar y caballeriza y por último, como prisión federal.
Es el Convento Dominico construido por los zapotecos al mando del Rey Cosijopí, en 1544. Resulta una joya edificada en lo que fue el centro de la ciudad que hoy en dia, por su ubicación, para la gran mayoría de propios y extraños, pasa desapercibido, cuando debería ser un referente en la difusión de la historia de la ciudad.
Del lugar se platican una serie de sucesos y acontecimientos, de cuentos y leyendas, de mágicos misterios y de verdades que existen en sus entrañas que espantan, atraen e incitan a querer bajar a sus túneles que se encuentran esperando la osadía de los intrépidos, para vivir la experiencia de lo desconocido.
Para poder imaginar lo intangible pausadamente, le pedí al maestro del volante que no avanzara con tanta rapidez, porque deseaba descubrir, no se, una señal, una luz, de que aún vagan los espíritus de los hacedores del Tehuantepec, que muchos todavía soñamos.