domingo, noviembre 24, 2024

Cartas en el asunto – El tesoro del siglo XX

Por Juan José Cartas Antonio

Sin duda fue uno de los baluartes del desarrollo de la nación durante gran parte del siglo XX, cubriendo un extenso territorio, que enlazó las más apartadas comunidades creando un sinnúmero de beneficios para las familias mexicanas.

Con su puesta en servicio no solo provocó que las comunidades en las que se establecieron sus estaciones crecieran a ritmo acelerado, sino también nacieron a su paso nuevos asentamientos humanos, que con el correr del tiempo tendieron a crecer y urbanizar.

Los textos, que fueron escritos por quienes fueron sus constructores, gobiernos e historiadores, tuvieron el anexo principal de «la voz popular» de hombres y mujeres que vivieron intensamente la promisoria llegada de la «serpiente de acero» que, desde luego, arrastraba con ella bondades y desconsuelo.

Le descubrí hace más de medio siglo cuando a través del andén le abordamos y luego viajamos con rumbo al norte, con destino a Ixtepec, Oaxaca. El propósito era llegar a Chihuitán, comunidad en la que, dentro de los rituales de Semana Santa, el pueblo celebra el cuarto viernes de Cuaresma, venerando al Cristo del altar mayor de su antiquísima iglesia.

Era complicado abrir los ojos cuando chamacos, pero enterarse que despertar significaba realizar aquella travesía, era cosa de llenarse de inquietud y de olvidarse del sueño para no perderse de tan maravillosa experiencia.

Ver al despachador de boletos en la taquilla y luego a los maquinistas, garrotero, al encargado del carro correo, al personaje que recorría todos los carros de pasajeros ofreciendo revistas, dulces, cerveza y refrescos y por último al auditor, luciendo impecables su uniformes, era cosa de soñar con ser parte del ferrocarril de pasajeros.

El gusto de viajar en tren crecía más, cuando la gran cantidad de pasajeros convertía el viaje en una fiesta en la que había de todo: risas, llanto, pláticas, nuevas amistades, convivencia y hasta en chismes.

Lo cierto es que la serpiente de acero resultaba también la oportunidad de llenarse de todo lo existente en el tránsito y es que salir de la estación minutos después de las siete de la mañana ofrecía escuchar el ritmo de las ruedas sobre los rieles, el profundo sonar del silbato, el grito del garrotero en la salida y respirar el humo de la chimenea del tren.

Ya luego ver pasar y dejar atrás el Caserío, el Camino Viejo, La Bodega, Arroyo Seco, Granadillo, Pearson, donde se realizaba una parada, la estación Reoloteca, en donde subía muchísima gente campesina y otros que viajaban a Puerto Mexico hoy Coatzacoalcos, el puente del río, en centro de Tehuantepec y por último, la estación de San Sebastián, lugar muy concurrido y en el cual se encontraban muchas carretas, tiradas por bueyes, repletas de muchos productos del campo.

De allí nuestro objetivo principal y destino final en tren, se encontraba bastante cerca, ya era cosa de pasar la estación de comitancillo aunque, sin existir una estación, la máquina detenía unos minutos su marcha, para dejar a muchos campesinos cerca de sus parcelas.

Así que, después de subir los nuevos pasajeros, acomodar la enorme cantidad de cajas y entregar las alforjas repletas de correspondencia en el carro correo, en donde también viajaba una partida de soldados, el garrotero, colgado de una de las escaleras del cabÚs, dejó escuchar el grito de «vámonos».

En Ixtepec, allí las comunidades de la montaña realizaban el tráfico de las bondades de la zona montañosa, nuestro viaje concluía en forma maravillosa, porque en la estación se escuchaba la voz melodiosa de las nativas, que ofrecían todo tipo de alimento como desayuno y lo que más cautivaba era el arroz con leche que servían a jícaras de morro.

La verdad es que el lugar era atrayente, mágico y cautivador, pues tenía un embrujo muy particular que se quedaba en los sentidos.

El tren en Ixtepec, metafóricamente se «dormía», mientras las máquinas se movían una y otra vez sobre los rieles y realizaban los cambios necesarios para el reacomodo de vagones y tanques, antes de seguir su camino, ya que en breve iniciarían, después de la estación de La Mata, un gran esfuerzo para la cuesta arriba de Chivela.

Algo pasó que se nos acabó la magia del tren, medio de transporte que las nuevas generaciones ya no podrán abordar como antes lo hicimos y disfrutamos.

Todo viene a colación, porque ayer siete de noviembre fue el Día del Ferrocarrilero, día en que se recuerda la hazaña de Jesús García Corona, quien entregó su vida a cambio de la existencia de los habitantes del pueblo de Nacozari.

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