Por Juan José Cartas Antonio
Cuando la desgracia llegó, la gente grande dejó que sus hijos abordaran el tren de pasajeros y se fueran rumbo a Puerto México y otros pa’ Minatitlan, muchos se quedaron en Jáltipan y Acayucan.
Ya mas despuecito, cuando los campos del oro negro fueron creciendo, la paisanada se juyó pa’ formar Nanchital, Agua Dulce, Las Choapas el Chapo y otros pueblitos que surgieron por el trabajo de petrolero.
Ese fue el tiempo en que pobre mi pueblo se quedó solo con la gente grande que tenía que trabajar la tierra y cuidar sus casas de adobe y tejabana.
Ese fue el tiempo, en que las revueltas, los abigeos y los rebeldes, ayudaron a que mas casas se quedaran abandonadas y que el comején las destruyera o que el olvido y abandono les fuera causando, esa extraña enfermedad que agrede el «sentimiento» que tienen los misterios.
En ese pasado complicado del pueblo, fue cuando los juereños, que hacían el comercio y tenían plata y oro las compraron o se quedaron con ellas, porque la gente pobre se volvió paupérrima y no les pudo cubrir los altos intereses de los prestamos que recibían.
Y mira ahora, papá, como lo hermoso, lo bonito y lo bello del pueblo se ha destruido. «Jaa Dios» pobre mi pueblo, que perdió su grandeza y esplendor por la peste, la inundación y los temblores, porque sino mero, chulo fuera, mágico pues.
Ora nin los que se volvieron petroleros quieren volver, y cuando vienen a las fiestas del pueblo, cuando ya están biaxhi, hasta le piden a los músicos que toquen «Veracruz», pues se sienten veracruzanos, y los que se fueron más pa’ allá, a La Venta, Macuspana o Villahermosa, piden esa canción que se llama «Vamos a Tabasco».
Pobre mi Tehuantepec, porque los que se fueron por el «oro negro», creo que arrancaron su ombligo y raíces de la tierra, olvidando su pasado, y lo borraron olvidándose de todo, que hasta han rematado lo que queda de sus casas, propiedades que han sido destruidas, por gente de fuera que no sienten un poquito de amor por este pueblo que les abrió los brazos.
Pobre mi Tehuantepec, porque ya después, cuando le estaba volviendo el rubor a su rostro antiguo y sus arterias y caserones empezaron a mostrar alegría, sus hijos iniciaron otro éxodo buscando la capital del estado y la capital del país para llenarse de educación y experiencia, y cuando colmaron su intelecto se quedaron en aquellas latitudes llenas de nuevas oportunidades de vida.
Pobre mi Tehuantepec, porque más tardecita, ya no fueron los del oro negro ni los profesionistas, sino los de la clase política que se «juyeron» para todos lados y se olvidaron del pueblo que los apoyo para ser.
Los últimos levantaron el vuelo y muchos ni adiós dijeron. Pero ninguna de las tres caravanas le han dado a Tehuantepec, lo que otros, que han emigrado a los Estados Unidos, le han dado a sus pueblos originales, de sus bolsillos.
Hay que dejar claro que son pocos los que se han acordado en donde esta su ombligo y le han dado, gestionando ante el gobierno, hospitales, escuelas, unidades deportivas.
Pobre Tehuantepec, que sigue esperando la bendición de sus hijas e hijos.