domingo, noviembre 24, 2024

Cartas en el asunto – La neuralgia del crucero

Por Juan José Cartas Antonio

Ante comentarios de amigos, conocidos y familiares, que han vivido en carne propia los acontecimientos que se generan cada vez que cruzan o esperan el transporte en el lugar, que tiene un costo de escasos minutos, nos dimos a la tarea de alterar la adrenalina.

Tratamos de apostarnos en un ángulo que nos ofreciera la perspectiva amplia del sitio en mención. Sólo que la necesidad de apostarle a lo más posible, nos empujó a movernos a varios lugares, para agregar a nuestra visión los sonidos que emitían los protagonistas al momento.

Cuando nos aparecimos para llevar a efecto nuestra misión ¡puff! Ya el astro rey había aparecido con su candente rostro por el lado mareño, y como no habían rastros de nubes no le costó mucho esfuerzo bañarnos con su luz y enterrar en nuestra espalda sus inmisericordes rayos ultravioletas. 

Mientras subía por la calle 20 de noviembre percibí la contaminación auditiva que generaba la mezcla de sonidos que emitían los autotanques, urbanos, transporte foráneo, los coches particulares y del servicio de taxis, los trailers, tortons y mototaxis. 

A esta impresionante mezcla de ruido de motores se agrega el sonido vocal de los pregoneros, quienes en una «lucha» diaria por el pan, se desgastan la garganta ofreciendo los servicios que prestan y las vendimias de sus productos de consumo callejero como: elotes, mango verde… y otros, que aflojan el alma.

Parado a orilla de carretera percibimos el olor de las carnitas de cuchi, para los tacos de «muerte lenta», el aroma delicioso de las tortas e imaginamos la preparación de los guisados en los comedores muy cercanos a mi.

Desde luego, me tuve que preguntar ¿de dónde salieron tantos puestos, como le hicieron para agenciarse un lugar y quienes, como autoridad, hicieron el bisne, para que de pronto la barranca que allí existió, pasara a formar parte de alguien en particular?

Un ¡Dios mío! Que salió de boca de una persona de enagua y huipil, llamó mi atención y me reclamó volver a lo que fui al crucero. Al famoso crucero de Santa María. ¡caramba doña Leonor! La respuesta a la expresión de la paisana allí estaba ante mis ojos a media carretera.

Era una mototaxi que transportaba a una señora y un señor, que se atrevió, ¡intrépido! El conductor, a cruzar con su poderosa nave, cuando venía bajando un vehículo de doble remolque, de esos que transportan esa bebida de cola que raspa el «gañote» y sube la «azucar», de color negro.

Ya luego mis ojos se llenaron de las fabulosas piruetas que hacen a diario los aprendices de chófer de los taxis, a quiénes les vale una madrina dar vuelta en «u» en el lugar. Y esperese tantito le platico, y todavía si usted les reclama desenvainan la lengua y les obsequia el nuevo ejemplar del diccionario de la real academia de los «chafiretes». Y no crea usted que son los dueños del auto y concesión, pues los meros meros están en su hamaca en casa pasándola bien y esperando la cuenta diaria.

Unos minutos después, ya parado del lado poniente, fuimos espectadores de una puesta en escena de la obra «El florido lenguaje del mototaxista». En la que intervinieron xhupa que xhona «manejador», dos que tres pues, que vaya si son expertos en el manejo de la lengua, pues sacaron a relucir lo más sublime del arrabal.

Lo más complicado de aceptar, para mi, fue, ver como la gente que va y viene de oriente a poniente y viceversa, pues la gran mayoría siempre cruza por la zona más ancha, poniendo en peligro su integridad física y echándole a perder la vida a los que son responsables en la conducción de sus vehículos.

Allí en el lugar no hay nadie que ponga orden, es un sitio sin autoridad, un pedazo de selva asfáltica en la que se extravió el respeto y en el que la autoridad brilla por su ausencia. Allí vive eternamente el presagio de lo fatal, el Dios mío en la boca, el Jesús divino, el líbrame señor de todo mal y el señor ten piedad de nosotros.

En el crucero se pasea la indiferencia, la sinrazón, el desafío, la  incongruencia, la brutalidad y él me vale M. 
Allí solamente se aparece la autoridad para tomar nota de los heridos y fallecidos, y para hacer un espectáculo con sus sirenas, sus luces de colores, su cinta amarilla y lucir sus uniformes limpios, planchado y bien portados.

Y me preguntaron, algunos conocidos que pasaron por el lugar ¿y para qué pusieron esos semáforos, pues? Solo se me ocurrió responder: es para que las nuevas generaciones, sepan que en el tiempo pasado fuimos civilizados.

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