Por Juan José Cartas Antonio
Las calles, avenidas, cerradas, prolongaciones, calzadas y callejones, de nuestro antiguo pueblo, todavia olían a pólvora, en los tiempos que sus mujeres vestían de enaguas y de Huipil, con el cabello trenzado y despidiendo olor a chintul. Mientras los varones lucían sus charros veinticuatro y una indumentaria de manta, que rayaba impresionante al combinarse con el tono rojo del ceñidor, que sostenía el pantalón en la cintura, en donde también portaban sus monedas de plata 0.720 y algún sencillo de níquel y de cobre.
Hacia poco tiempo que el pueblo había vivido los estragos de la revolución, la época de los rebeldes, la inauguración de la vía férrea, que unía a los golfos Atlántico y de Tehuantepec, la culminación del mejor gobierno que ha tenido México, que es el del soldado de la patria, don Porfirio Díaz Mori, la presencia de don Camilo flores y Nicanor Díaz, líderes de los movimientos rebeldes en la zona, los ecos del inicio y culminación de la Guerra Mundial del 28 de julio de 1914 y la Segunda Guerra Mundial del 01 de septiembre de 1944.
En ese pasado tormentoso de la historia del mundo, del país y del estado de Oaxaca, las páginas del compendio histórico del nostálgico ayer de Tehuantepec, se cubrieron de un trágico suceso que enmarcó el decremento del desarrollo social y económico de nuestro amado Guisii.
Sin duda el mes de septiembre registra en su haber todo un cúmulo de victorias y caídas, de las que sólo conocemos las que escribieron los vencedores, porque adoleciamos de los avances tecnológicos que hoy en día nos mantienen informados de todo lo que sucede y mucho de lo que trae el futuro.
Fue un fatídico mes de septiembre de 1944, cuando la fuerza de la corriente del río Tehuantepec, socavó los cimientos del puente del ferrocarril, que unía a los barrios de Santa María y Laborío, provocando que la estructura de hierro se «ahogara» en el fondo de las turbulentas aguas y dejará sin comunicación a Tehuantepec y al puerto de Salina Cruz.
Esta desgracia fue causa de que los campesinos perdieran sus cultivos y animales de crianza, que el pueblo en general viviera una crisis de alimentos, que lo poco que habia en los tapancos se acabara, que muchos paisanos emigraran hacia otros estados, sobre todo a Veracruz, que muchas familias se quedaran sin hogar y que se perdieran vidas humanas.
Cuentan los abuelos que la gente decía que el río se había tragado sus pertenencias y terminado con sus vidas. Mi abuelo, sentado en su butaque y yo en el petate, nos contó infinidades de veces, que la mar había arrojado en la playa animales muertos, como vacas, toros, borregos, gallinas, patos, caballos, gatos, tlacuaches, conejos y hasta culebras. Y que también flotaban entre el agua turbia y la espuma: roperos y baúles, que bajo llave, contenían en su interior preciadas prendas de oro de sus propietarios; mesas, sillas, morillos y viliguanas de las casas que sucumbieron al embate de la corriente.
Las lluvias torrenciales en las montañas alimentaron descomunalmente el torrente del río y arrastraron con todo a su paso, la desgracia se metió por todos lados pintando un panorama sombrío para el pueblo. Fue un tiempo en el que se conjugaron todos los sentimientos, para escribir en la memoria de los habitantes historias sin fin, que cuando las rememoran, quienes lo vivieron, las hojas de los libros se humedecen .
Lo cierto es que hasta nuestros días no existe un dato que nos ilustre, para saber en donde surgió la depresión o tormenta tropical, que generó después un huracán, al que llamaron quien sabe cómo, dejando una huella imborrable en el reino del Rey Cosijopi.
Septiembre es de claros y obscuros, de vivas y de llanto, de dulces y de amargos, de luces y colores, de días y de noches, de bonanzas y penurias, que destruye y construye, que ahoga y reprime, de magia y encanto, de sueños y esperanzas.
Septiembre, sin duda, es un número nueve en el calendario, que raya en lo fatídico, en lo terrible, en la lucha del hombre con el hombre, en sangre derramada en el suelo y en INCERTIDUMBRE; cada vez que se escucha venir, porque se aspira su amenaza a leguas y retumba el suelo con sus pasos.
Sean felices, que no cuesta ni duele.