Por Juan José Cartas Antonio.
Sin duda todo cambio de clima tiene sus complicaciones y alteraciones que provocan descomposición en la cotidianidad de los humanos y la naturaleza.
Lamentablemente estos cambios han sido alterados por la mano del hombre y hoy en día es como si hubiésemos escupido hacia arriba y los desechos expulsados nos están cayendo y dañando por todos lados.
Tampoco es cosa de hacer a un lado la realidad de lo positivo que traen consigo los cambios de clima, porque los beneficios que nos obsequian y otorgan la posibilidad de darle vida a nuestra vida y a quienes forman nuestras familias.
No debemos olvidar que el viento, el frío, la calor y la lluvia, son sinónimo de fortaleza para la fauna y la flora y que ambas son parte de una cadena alimenticia, que se traduce en fuente inagotable de vida humana.
De allí que no es entendible que cuando la lluvia se presenta la gran mayoría expresemos «hay mal tiempo», cuando en realidad es «buen tiempo», toda vez que el agua cubre todas las necesidades que tenemos y al beberla nutre nuestra vida.
Cierto es que también es motivo de desgracias por lo que sucede cuando nos llega en abundancia, pero esta adversidad, que es de todos los tiempos, propicio que la humanidad pusiera en práctica su capacidad de razonamiento para hacerle frente, hasta encontrar las más acertadas soluciones y doblegarla.
Acaso es desconocido que en tiempos remotos las tribus siempre fueron en busca de los lagos, lagunas y ríos, para subsistir? Y que de sus desgracias aprendieron a no asentarse a orillas de los mismos? Y que siguieron cerca, pero se ubicaron en las partes altas, por razonamiento?
Lo cierto es que hemos echado al olvido una parte de nuestras capacidades naturales y gracias a la «no» utilización del razonamiento y el uso de los instintos, dejamos de pensar en el «peligro» que representa construir en zonas en la que exponemos la vida de toda nuestra familia.
Acaso en nuestra memoria histórica no se encuentra lo sucedido en Monterrey, Nuevo León, cuando al paso del huracán Gilberto arrasó con viviendas, escuelas, gimnasios, parques… y limpió todo lo que habían construido en el lecho del río de esa ciudad?
Desde luego, hoy en día nuestros pueblos no están exentos de una desgracia semejante, porque nuestros paisanos le han ido «tomando prestado» espacios a los ríos, y le han apostado a invertir su dinero a la construcción de una vivienda en zonas peligrosas.
Hay que decirlo, a la decisión se le suma la «tibieza» de quienes otorgan los permisos de construcción, agua potable, drenaje y energía eléctrica, quienes tienen la obligación de cumplir con las leyes de construcción no desde sus escritorios, no como amigos, conocidos, compadres, familiares o colocándose la «mochila», sino con la inspección presencial, porque de ello depende que los resultados sean óptimos.
La puesta de la primera piedra de una construcción es el inicio de un nuevo problema y de un nuevo quejoso, que al tiempo se unirá con otros para «exigir» sean atendidas sus demandas, para contar con todos los servicios y se cumpla con sus «derechos humanos».
Todo lo anterior se puede evitar si dejamos de construir en zonas de riesgo, pero tambien si evitamos levantar bardas al paso de los arroyos y edificar fraccionamientos sin el conocimiento pleno de los terrenos en los que se hacen.
En varios puntos de la margen del río Tehuantepec, han aparecido nuevas viviendas y demarcaciones de «presumibles propiedades», terrenos pues, delimitados con ramas, pedazos de laminas y parales, desafiando a la naturaleza y con el atrevimiento de que en poco tiempo se den construcciones.
Para concluir, que lo sucedido en Tula Hidalgo, sirva de ejemplo para frenar las intenciones de quienes piensen en ocupar un lugar en los afluentes de ríos, lagunas, arroyos y hasta las márgenes de los océanos. Que su atrevimiento no tenga como resultado la pérdida de sus propiedades.
Sean felices, que no cuesta ni duele.