Por Mario Mecott Francisco
Hacia exactamente una semana, que los habitantes del barrio Laborío habían recibido con alegría y vítores al mes festivo de la Natividad Excelsa, en su tradicional Dxibeu, el jueves 31 de agosto. Siguiendo las costumbres, el día 6 la tradicional noche de calenda. A temprana hora del fatídico 7 de septiembre, las campanas y cohetes anunciaban la traída de flores a Palo Grande a medio día. La comitiva de regreso, con vivas a su santa patrona, regresaba ya con buena ingesta de cervezas, mezcales y mistela a la enramada. Por la noche, todo el barrio se preparaba para las mañanitas al día siguiente.
Los demás barrios de la ciudad disfrutaban de la tranquilidad de la noche y muchos, después de las veintidós horas, dispuestos a descansar, sobre todo los escolares, para entrar puntuales a clases.
Pero sucedió la tragedia mas espantosa de los últimos años, a las 11:49 PM un terremoto con magnitud de 8.2 grados despertó a medio país. El epicentro fue al suroeste de Pijijiapan en Chiapas, en las coordenadas 14.85 latitud N y -94.11 longitud W, a una profundidad de 58 km. Este ha sido el segundo temblor de mayor magnitud registrado en la historia de México. Solo queda atrás del que se registró en 1787 que tuvo una magnitud de 8.6 grados (…) y mayor magnitud al terremoto que sacudió a la ciudad de México en septiembre de 1985. El terremoto de la noche del jueves era el de mayor magnitud del que se tiene registro desde 1932, cuando hubo un sismo también de 8.2.
En Tehuantepec, todavía muchos viejos tehuantepecanos seguían conservando la tradición oral que sus padres y abuelos les contaron del “temblor grande de 1897” cuando las réplicas se prolongaron por tres meses con sus días y sus noches que obligó a muchos de sus habitantes salir de Tehuantepec para radicar en otros pueblos, así como lo narra Miguel Ríos Villalobos en su interesante libro “Tehuantepec, historia, tradición y leyenda”, publicado en 1948.
Aquellos momentos parecían interminable, los movimientos trepidatorios y oscilatorios prolongados por más de dos minutos hicieron pensar que era el fin del mundo. Al término, en las esquinas de las calles y callejones se concentraron los vecinos. Todos queriendo comunicarse con sus familiares, pero el sistema comenzó a fallar, por medio de las redes sociales se empezó a tener noticias de la región y del país.
Salina Cruz que sufrió, menos estragos por el fuerte sismo vivió terrible pánico, pues todos sus habitantes querían abandonarla tomando la carretera a Tehuantepec, dada la fuerza del sismo, el servicio Geológico de Estados Unidos activó una alerta de tsunami para México, Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, y Honduras.
Y por consecuencia se emitió una alerta similar de tsunami en las costas de Chiapas y Oaxaca y se pidió a la población que habitaba cerca de la playa que se alejara de la zona. La Secretaría de Gobernación emitió entonces una Declaratoria de Emergencia Extraordinaria para los estados de Chiapas y Oaxaca.
Sobre la carretera del puerto a Tehuantepec, se estacionaron familias enteras en sus unidades de motor, quienes pudieron, llegaron hasta el estacionamiento principal de Tehuantepec en el centro de la ciudad. Pero el miedo de estas familias al llegar fue más grande al ver que en la calle principal de la terminal de Vixhana a Guichivere muchas casas habían cedido al fuerte terremoto.
Las constantes réplicas que a cada momento atemorizaban a la gente, puso en vela a todos los habitantes, enterándolos por las redes sociales que se había colapsado la iglesia de San Vicente Ferrer, el palacio municipal y el Centro Escolar Juchitán, edificios emblemáticos de aquella ciudad. Que un hotel se derrumbó en la población de Matías Romero y colapsado el puente de Ixtaltepec.
El sismo fue producto de una falla de tipo inverso, la cual se produjo entre el contacto de la Placa de Cocos y la Placa de Norteamérica, informaban las autoridades.
Brigada de paisanos empezaron a recorrer las calles, la noticia fatal fue el desplome en Checoro del barrio San Jerónimo de la familia Perea, en donde Enrique Perea había quedado bajo los escombros de la casona de adobe y tejas.
Los templos católicos de Vixhana, Guichivere, San Jacinto. San Jerónimo y San Sebastián, terriblemente dañados. El convento de Santo Domingo se colapsó. Registrándose ya, muchos damnificados.
Cuando el radiante sol asomaba por el oriente, ya se tenían más noticias de Ixtaltepec e Ixtepec, que casi todo el pueblo había quedado en ruinas.
Los medios de comunicación comenzaron a dar cifras y lugares, siendo el impacto más importante la región del Istmo de Tehuantepec.
Juchitán fue el centro de atención de los medios masivos de comunicación y hacia ella se desplegaron toda la ayuda humanitaria y la presencia del Presidente de la República, del gobernador del Estado y Protección Civil de todos los niveles.
Más tarde se da a conocer la situación desastrosa de Asunción Ixtaltepec, Unión Hidalgo, Chicapa de Castro, San Dionicio y San Mateo del Mar.
A estas desgracias se sumó las fuertes lluvias e inmediatamente los intensos vientos que puso aún más en peligro a los istmeños.
Era triste ver las zonas más desastrosas de Juchitán, las secciones Séptima, Octava y Novena era cual zona de guerra, intransitables, llena de tristeza y de dolor. Lo mismo que en Unión Hidalgo y Chicapa de Castro.
En Asunción Ixtaltepec más del ochenta por ciento de sus casas se colapsaron y las terminó por completo la ambición desmedida de contratistas que pudiendo rescatarse aquellas viejas arquitecturas sin misericordia las derribaron.
Cuando reflexionamos de los daños ocurridos por el terremoto del 7 de septiembre con las fuertes réplicas del 19 y 23, preguntamos cuál tuvo más grande efecto, si el fuerte terremoto o la ambiciosa actitud de contratistas quienes se disputaron como ave de rapiña la destrucción de las casas afectadas, aun cuando muchas no era de tan relevante peligro su mantenimiento. No hubo respeto a nuestra gente, hubo quienes como ultimátum daban a los dueños corto tiempo para sacar lo que pudieran, de no hacerlo las pesadas máquinas derribaban muros, tejados con biliguanas, tejas y morillos que bien podrían aprovecharse. Muebles, ropa y enceres de cocina tuvieron un solo destino.
Muchos propietarios se fueron con el canto de sirena con el famoso apoyo de ciento veinte mil pesos por pérdida total que prometió el gobierno a través de SEDATU que también hubo te treinta y de quince mil. La corrupción se paseó en las calles del Istmo: se clonaron tarjetas, se suspendieron su entrega, se retrasaron los apoyos y se cancelaros muchas otras sin poderse retirar toda la cantidad depositada.
Una de las casas históricas de Tehuantepec que se derribaron aún catalogadas por el INAH fue la propiedad que fuera del licenciado Crisóforo Rivera Cabrera en el barrio de San Sebastián, constituyente de 1917 y hermosa casa del siglo XIX.
Pareciera que aquel antiquísimo canto de los zapotecas precortesianos se cumplía en el Istmo y que cantaban cuando la ceremonia del fuego nuevo, cuando creían que se terminaría la humanidad si no los perdonaban sus dioses tutelares.
Kutinti, kutinti yu
Siaba bi’, siaba nanda
Siaba guie, siaba yu
Siaba nisa, siaba gui,
Ca’ binigulasa ma’ che ca’
Ma’ cheguira’ guidxilayu.
Kutinti, kutinti yu
Caerá viento, caerá nieve
Caerán piedras, caerán tierras
Caerán aguas, caerá fuego
Los binigulasa se van
Se acabarán los pueblos de la tierra