Por Juan José Cartas Antonio
El día de hoy fue sepultado el tenor Fernando Figueroa Mendez, en el cementerio el Refugio del barrio de Guichivere. Bajo el estricto control sanitario emitido por las autoridades, a consecuencia de la situación que prevalece en el municipio.
A Fernando le conocimos hace algunos ayeres, cuando coincidimos en un convivio familiar organizado en un domicilio de la calle Cima del barrio de Guichivere altos y desde entonces generamos una excelente amistad.
Hijo de una familia humilde, unida y muy conocida en ese barrio, que desde temprano se abrió camino a través de la lucha diaria y el alimento del estudio hasta emigrar a la capital del estado, para realizar una carrera profesional en el área de la medicina.
Su inquietud, desenvolvimiento y pasión por la música, lo llevó a una escuela de vocalización en la que sus maestros descubrieron su capacidad para lograr la meta que se había finado.
Pronto la tesitura de sus cuerdas bucales dieron a su preparador musical la ruta a tomar y así colocarlo entre los mejores tenores de nuestro estado de Oaxaca.
Ante la realidad que estaba viviendo como intérprete decidió dejar a un lado la medicina, para dedicar su tiempo a lo artístico, espacio en el que tuvo la oportunidad de conocer a muchas personas, que fortalecieron su crecimiento ofertando sus presentaciones en diversos escenarios.
Como decimos de manera popular, llegó el momento en el que solo «bajaba» a su querido barrio de Guichivere, para visitar unos días a su madre (quien también falleció hace unos días) y familia, y reencontrarse con algunos amigos de infancia y juventud, con quienes degustaba algunas copas del mejor mezcal Oaxaqueño.
Nunca se negó, cuando alguien se lo pedía, hacer uso de su bien timbrada voz, para interpretar, entre otras melodias: La Sandunga, Dios nunca muere, el Ave María, O solé mío; arrancando el reconocimiento y aplausos de los presentes.
La última vez que le escuché cantar fue en el mes de julio del año 2018. Recuerdo que traía consigo unas memorias en las que guardaba celosamente un cúmulo de melodías, para hacer uso de ellas en cualquier momento.
Había terminado de interpretar O solé mio, de pronto me llamó a su lado y dejó escuchar en las bocinas el hermoso tema de New York. Me entregó el micrófono y me dijo: «canta», y le respondí que él era el tenor. Fue entonces que dijo: «cantemos pues».
Al concluir la canción me miró y dijo: «ya vez que sí se puede…». Luego pidió una copa de aquel mezcal Espadín que llenaba la botella, mismo que se terminó en menos que canta un gallo.
Desde aquel año ya no volvió a la capital del estado, se quedó en el pueblo como uno más de sus habitantes y mucho de su tiempo lo dedicó al trabajo del terreno y huerta de sus ancestros, en donde recolectó todo aquello que el campo le daba a su familia.
Sin duda la gran mayoría de la gente de Tehuantepec, los paisanos pues, nunca tuvieron el conocimiento de que el barrio de Guichivere le dio al pueblo un gran tenor, que fue reconocido en muchas ciudades del estado y que fue ovacionado durante sus presentaciones en otras latitudes de nuestro país.
Tehuantepec y el barrio Guichivere altos, están de luto por la irreparable perdida del gran tenor Fernando Figueroa Mendez.
Lamento profundamente tú deceso amigo mío. Descansa en paz.
Sean felices, que no cuesta ni duele.