Por Juan José Cartas Antonio
Cuantas interrogantes giran en torno a las personas que viven en condición de calle, sobre todo en aquellas que por su edad adulta llaman mucho la atención.
Seguramente usted los ha visto deambulando y solicitando unas monedas o un pedazo de pan muy cerca de su domicilio o por las calles que transita cotidianamente, y en ocaciones, les ha brindado un poco o mucho de apoyo.
No me refiero a quienes forman parte de los hombres que se aglutinan, para acabar su vida consumiendo mezcal, muy cerca de algún depósito o expendio de éste líquido, que enerva y pierde los sentidos; los que por algún problema de familia o gusto, se convierten en alcohólicos hasta que encuentran la muerte, sino de gente que de la noche a la mañana aparecen en el pueblo sin ser parte de el.
No importa la edad, religión o el color de la piel, ni mucho menos el grado de estudios. Se trata, en su mayoría de hombres que dejan su estado, pueblo u hogar, para habitar un lugar en el barrio, colonia o fraccionamiento, y olvidar, quizá, un problema que les cierra el mundo.
Entre los problemas hay uno que causa mucho daño, entre quienes, como abuelos o padres, los impulsa a buscar estar lejos de los que les desprecian o hasta corren de sus casas, máxime cuando ya entregaron la herencia o tienen alguna enfermedad que necesita de atención.
El caso que nos ocupa es el fallecimiento de una persona adulta en condición de calle, quien apareció en el parquecito del barrio de Santa María, ya tiene algún tiempo, y sobrevivió recibiendo lo poco o mucho que los vecinos le ofrecían, así como, de quienes asisten a las homilías los domingos.
El lugar donde hoy encontró la muerte, se convirtió en un hogar a la intemperie donde sufrió las inclemencias del tiempo sin ser asistido por sus familiares o por alguna autoridad de beneficencia de la localidad.
Hoy quizá sus restos mortales Irán a dar a una fosa común y pronto el olvido de sus familiares se reforzará con la ingratitud, aún y cuando nunca se enteren, posiblemente, que aquel ser que les dio la vida ha dejado de existir.
Cuantos más como el, en plenitud de sus facultades, andarán perdidos en las selvas de concreto, en donde la sensibilidad de los humanos es poca cosa, y a los que, tal vez, nos encontramos al paso de nuestra cotidianidad y nos son indiferentes.
No sé quién es, pero eso si, lo vi en muchas ocaciones en el mismo lugar sembrado un recuerdo, que pronto se convertirá en olvido.
Descanse en paz.
Sean felices, que no cuesta ni duele.